Dice Alberto Manguel en Historia de la lectura (Almadía, 2011): “Mientras aquel primer escritor ideaba un arte nuevo haciendo marcas en un pedazo de arcilla, tácitamente aparecía otro arte, un arte sin el cual aquellas marcas no habrían tenido significado alguno. El escritor era un hacedor de mensajes, un creador de signos, pero esos signos y mensajes requerían un mago que los descifrara, que reconociera su significado, que les prestara voz. La escritura necesitaba un lector”.
La escritura surge, muy posiblemente, con fines comerciales (te vendo un buey y lo inscribimos en algún tipo de superficie para que luego no te hagas güey y me lo pagues). Pero el surgimiento del lector prefigura un tipo de acto menos instrumental y casi mágico: los símbolos depositados en una superficie sólo llegarán a su destino en la mente de otro hombre que debe descifrar sus signos. El lector es, de manera muy clara, también un creador. Es dentro de sí, de su mente, que los libros se hacen, cobran sentido y adquieren vida. Además de este monumental tratado sobre los orígenes, significados y puntos cúlmenes de la lectura, Manguel, poseedor de una cultura apabullante y titánica, difícil incluso de concebir, tiene dos libros más dedicados a lo que sin duda ha sido para él una morada tan real como la que perciben sus sentidos: los libros.
Antes se publicó La ciudad de las palabras (Almadía, 2010). Libro en el que el autor hace un recorrido por algunos textos iniciáticos en la historia de la literatura (las epopeyas de Gilgamesh, los viajes de Ulises, la comedia de Dante, Kafka o Jack London) y nos muestra el saber que se inscribe dentro de estos textos eternos. Más allá de análisis literarios profundos, Manguel lleva al lector de la mano mostrándole cómo lo que está inmerso en estos textos míticos es la vida misma y cómo al reconocer la vida en estas páginas nos reconoceremos a nosotros mismos y podremos así, quizá, trabar una relación más armoniosa con nuestra existencia.
Recientemente apareció otro libro sui generis del autor nacido en Argentina pero de patria universal: Para cada tiempo hay un libro (Sexto Piso, 2015). En este breve pero contundente libro, realizado con textos de Manguel que parten de fotografías de Álvaro Alejandro, se refuerzan algunas de las virtudes más poderosas de estos artefactos milenarios en los que el hombre ha depositado su capacidad por inscribir el tiempo y la memoria, en la materia, para que el presente pueda mirar su pasado y comunicarse con su futuro. La capacidad de viajar que nos otorgan, de transformar mentes y así civilizaciones, de crear y no sólo representar realidades.
(Diego Rabasa / @drabasa)