Dentro de Amy (2015) hay una gran película. Comienza a aparecer después de la primera hora de metraje, cuando una muchacha ve a Tony Bennett y Natalie Cole en una pantalla. Bennett es su héroe desde la infancia y ella tal vez supone que el viejo cantante está por decir su nombre. El pecho de la muchacha comienza a moverse como las olas en un mar agitado; sus ojos se abren igual que los de un niño ante un hombre disfrazado de super héroe. Bennett abre un sobre y dice el nombre de la muchacha: “Amy Winehouse”. Pasmada, a la ahora ganadora del Grammy le cuesta trabajo reaccionar. La estrella es sólo una niña abrumada por la bienvenida del mundo, cuyos brazos la aprietan demasiado fuerte. El abrazo le costará la respiración.
Más allá del convencionalismo con que el director Asif Kapadia narra el ascenso de Amy Winehouse, en la historia de su caída hay un horror genuino que nos advierte del enorme riesgo de ser exitosos. Melancólica y excéntrica, Winehouse y su carrera se asemejan a otra figura desdichada que tuvo un impacto aún mayor en su tiempo: Kurt Cobain. Sin embargo, el documental de Kapadia palidece frente a Montage of Heck (2015), un documental similar a Amy sobre el líder de Nirvana que tampoco triunfa del todo, pero que nos ofrece una experiencia visionaria dentro de la imaginación y la época de su inabarcable protagonista.
La estética de Amy responde más bien a la curiosidad enciclopédica que sentimos por nuestros íconos y que los paparazzi y el internet satisfacen sin fin. Kapadia utiliza videos inéditos y públicos de la estrella para narrarnos su parabólica trayectoria y en el proceso complace la misma hambre del público que mató a la cantante. La privacidad en nuestras sociedades, nos muestra la película, ya no es una posibilidad o siquiera un privilegio: es una fantasía.