Charlie Kaufman es probablemente el guionista de Hollywood que mejor ha explorado los caminos de la misantropía: ese odio por el género humano, cargado de condescendencia y patetismo, que suele manifestarse en la incapacidad de quien lo padece para interactuar con aquellos que lo rodean. La hostilidad de Kaufman, expresada casi siempre en clave de melancólico catálogo de errores inevitables que conducen a sus personajes al despeñadero existencial, ha dado lugar a obras de la talla de Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004) o Adaptation (2002); himnos extraordinarios a la fragilidad e intrascendencia de las emociones humanas.
Siete años después del estreno de la complejísima, enigmática, pero finalmente fallida Synecdoche New York (2008), Kaufman vuelve a la gran pantalla con Anomalisa (2015), filme realizado mediante la cada vez menos frecuente técnica de animación cuadro por cuadro, que narra la noche previa a la presentación del nuevo libro de Michael: un experto en tácticas para mejorar el servicio al cliente de las empresas.
Especializado en maquillar las interacciones humanas mediante claves para desarrollar el falso servilismo y la felicidad postiza que se espera de un departamento de servicio al cliente, el protagonista, a quien da vida la voz del actor David Thewlis, ve a la gente que lo rodea como meros robots monocromos que actúan —sin saberlo en la mayoría de los casos— bajo las mismas reglas de comportamiento que él ha estudiado durante años.
Es esa incapacidad de relacionarse con su entorno social, producto de la noción de que el género humano es repetitivo y poco interesante, la que funge como hilo conductor del filme y como detonador del encuentro epifánico de Michael con una mujer de burdos modales y profunda desconfianza en sí misma. Dicho encuentro se aleja de ese molde prefabricado y predecible con el que el protagonista está acostumbrado a tratar.
El extraordinario trabajo de Kaufman, que en esta ocasión hace las veces de escritor y director de una de las películas más hermosas y devastadoras que ha visto el siglo XXI, se complementa con la labor de Duke Johnson, especialista en cintas de animación y codirector del filme, quien consigue dotar a los dos personajes protagónicos de una expresividad que pone a sudar a actores de carne y hueso.
Cumbre indudable de la filmografía de Kaufman y pletórica de instantes de gran belleza, —véase la secuencia que abre el filme; el encuentro con el androide asiático; o la delicadísima escena donde se canta Girls Just Wanna Have Fun— Anomalisa es una película que mediante la representación de un momento, en apariencia intrascendente y rutinario, consigue generar una maravillosa alegoría de ese misterio psíquico incomprensible al que, ante la imposibilidad de describir con palabras, llamamos burdamente “amor”.
Tal vez esas sean las verdaderas obras de arte, las que al ser enfrentadas brindan la posibilidad de percibir aquello que no se puede nombrar.