8 de septiembre 2016
Por: Tamara de Anda

El árbol de los chicles de Coyoacán

Hay tradiciones turísticas muy bonitas que se han replicado en la Ciudad de México. Por ejemplo, la de poner un candado en el puente de las Artes de París tiene su versión chilanga en la jardinera que está frente al Modo, en la Roma. Pero hay otras que en lugar de un “Aaaaaw” de ternura provocan un “Eeeeeew” de desagrado, como la de pegar chicles masticados en una superficie. Y así como Seattle tiene su Gum Wall, nosotros tenemos el legendario árbol de los chicles en Coyoacán.

La costumbre empezó hace dos décadas aproximadamente, en una jacaranda de la calle Cuauhtémoc, cerca del jardín Centenario. Paralelamente surgió en otro lado también, en un árbol cerca de Metro General Anaya, sobre la calle 20 de agosto. Nomás que ahí no fue tan exitoso ni se covirtió en ícono del barrio, porque no es un lugar turístico sino de paso (hoy tiene poquitos chicles, pero se ven más como roña que como ornamento). En cambio, el otro árbol se volvió tan famoso que ya su vecino también está tapizado con bolitas de colores.

La delegación ha intentado quitar la goma de mascar en varias ocasiones, pero la gente los vuelve a pegar y, a los pocos días, los troncos ya están igual, y una vez, en 2005, un ciudadano fue con su espátula a removerlos con sus manitas. Las autoridades dicen que no está chido dañar a las plantas de esta manera. Muy ecologistas, pero bien que dan permisos para que las constructoras talen indiscriminadamente para levantar centros comerciales o para que no tapen vallas publicitarias, ¿no? También dicen que es antihigiénico y un potencial foco de infección, pero hasta no ver una epidemia zombi originada en esta plaza, no nos preocuparemos.

A veces se invita a los ciudadanos a no pegar su chicle, pero “es México, wey, capta”. O más bien: “Somos humanos, wey, capta”, porque en Seattle tampoco pudieron evitar que la gente redecorara el muro con su goma de mascar babeada. La verdad es que nos gustan las tradiciones coloridas, aunque sean medio asquerosas.

 

Foto: Lulú Urdapilleta