Atlas de islas remotas, por @drabasa

Cuando Judith Schalansky era niña, un gran muro separaba Alemania. Al estar del lado este de la pared que dividía ideológicamente en dos al mundo occidental, tenía escasas posibilidades de viajar y el mundo entero era para ella una remota ensoñación por la que viajaba, en compañía de su madre, recorriendo mapas con la mente y con la mirada.

Al caer el muro, aquellas tierras ignotas estuvieron si no al alcance de su mano, sí al alcance de un tren de alta velocidad. Conoció París, Madrid, Roma, y aquellas visiones de la infancia, aquellos paisajes construidos con el deseo y con la fuerza de la imaginación se transformaron en recuerdos concretos.

Schalansky habría de evocar, no obstante, aquellos periplos imaginarios como una parte esencial de sí misma. Una parte que decidió recuperar siendo adulta al mapear, a lo largo de todo el orbe, 50 pequeñas islas apenas habitadas a las que jamás podría acceder y realizó su entrañable Atlas de islas remotas con los mapas, ubicaciones geográficas, datos “demográficos” (no se puede llamar demografía a una isla con menos de diez habitantes), historia y particularidades culturales de dichos territorios que representaban para ella la posibilidad de continuar con sus fascinantes viajes.

Hoy en día, que la promesa de la interconexión mundial pareciera reducir el mundo a un pequeño escenario, la mera intención de posar la mente y la atención sobre territorios fuera del espectro turístico, fuera del espectro de desarrollo de los países, representa un refrescante páramo, un espacio donde podemos descansar de la imperiosa necesidad de ser, tener y producir que el mundo contemporáneo vierte sobre nuestras existencias. Atlas de islas remotas es un libro irresistible. Un objeto de cabecera para todas aquellas personas que experimenten ante el umbral de lo desconocido un magnetismo irrefrenable.

 

 

(Diego Rabasa / @drabasa)