Mi peor pesadilla inmobiliaria es que me corran de mi casa. Esta hipótesis apocalíptica tiene una variante todavía más gacha, que es que nos desalojen para tirar el edificio y construir una torre de “departamentos tipo loft” con paredes de melaminaponderosa, vidrios verdes, y harrrrrrtos lugares de estacionamiento. Pero aunque respetaran la bonita construcción art deco —a la que de panzazo llegué a rentar antes de que se pusieran caras, hace como seis años—, la sola idea de tener que empacar mis toneladas de chácharas, libros, muebles, zapatos que nunca me pongo y cosas que no sé ni qué son, es abrumadora.
La segunda pesadilla inmobiliaria es que me pongan un bar de chelas en la planta baja: de esos en los que suena una música más fea que el reguetón, que se atascan de godirreyes borrachos y en los que venden sospechosas “botellas nacionales 2×1”. Conozco historias de terror, sobre todo de la pobrecita colonia Condesa, de vecinos amenazados por dueños mafiosos, noches enteras de padecer alaridos y risas estridentes (por chistes que seguro a ti no te harían gracia), calles guacareadas y entradas bloqueadas por un forever que se quedó dormido frente a la puerta.
Esa pesadilla se hizo realidad. De un día para otro, donde había una inocua fonda, anunciaron la apertura de un bar que, según lo que decía en su sitio web, tenía todas las características antes mencionadas. Mientras leía sus “promociones” (jueves de karaoke, martes de litros, san lunes 2×1), lágrimas de alcohol adulterado corrían por mis mejillas.
Los vecinos nos erizamos y nos pusimos súper punk con la inmobiliaria. Ya casi casi teníamos premarcado el número de la patrulla para cuando le subieran mucho a la bocina o en cuanto hubiera una batalla campal entre briagos malacopa. Afortunadamente, hablamos con una de las dueñas del changarro, ella agarró el pedo y nos juró que mantendrían bajo el volumen, que cerrarían temprano y que ofrecerían más alimentos en la carta para que no se le subiera tan rápido el alcohol a los clientes.
Hasta el momento han cumplido, qué bueno. Pero el bar sigue siendo horrendo. Yo me pregunto: ¿por qué no pueden poner un dive bar mugroso pero chido, con cerveza rica y una rockola, que los vecinos seudohipsters visitemos alegremente? Sería como la locación de un sitcom, sería bellísimo. ¿Por qué sucumbir a la hueva mental/empresarial de poner un negocio horrendo, idéntico a los que hay en todos lados; por qué la pereza de seguir homogeneizando la ciudad en lugar de innovar?
Se pasan.
La tercera pesadilla inmobiliaria es que tiemble y se caiga mi edificio, pero tengo el pensamiento mágico-místico-esotérico de que si ya aguantó 1957 y 1985, sí resiste el fin del mundo, como las cucarachas y el mal gusto.