El pasado lunes ocurrió algo insospechado: detuvieron a una mujer de 29 años en la colonia Roma, entre las calles Monterrey y Chihuahua, por tirar basura en la calle. La detención de quien fue identificada como Rocío Antonio Contreras es el segundo caso registrado desde las reformas de 2014 a la Ley de Cultura Cívica del Distrito Federal. La infracción cometida estipula como sanción de 20 hasta 200 días de salario mínimo, es decir, de mil 345 hasta 13 mil 458 pesos, o un arresto de 13 a 24 días. No faltará quien opine que la medida es drástica o estúpida, pero pensémoslo con detenimiento. ¿La suciedad no es también violenta? ¿Qué tanto dice de nosotros como especie que a estas alturas del partido —caray, es 2015— no sólo sigamos generando basura, sino tirándola como si fuera asunto de otros — qué más da, mientras yo no la vea—? La detención no es menor si de evolución cultural y de convivencia no violenta se trata. Y no lo digo como elogio, sino como el eterno retroceso a la necesidad de la autoridad, es decir, necesito que venga alguien, idealmente un policía, a decirme que está mal, que no lo haga, para entonces sentir el regaño y no hacerlo más. La vuelta a la zanahoria y el garrote. Es vergonzoso siquiera pensarlo. Porque es en serio que debería escandalizarnos habitar espacios sucios, atestados de basura, con baches, desagradables y violentos. Pero no se confundan, el tema es más complejo que el señalamiento social, tiene que ver con la transición urbana que arrastramos y los retos que ésta implica. En el ideal, construir ciudades inclusivas, seguras y habitables en las que los espacios públicos sean sitios que realmente generen cohesión social y gocen de seguridad ciudadana no empiezan con policías diciéndonos cómo debemos comportarnos pero, por desgracia, esto todavía es México, del que nos aferramos a sus tradiciones.