Lo he dicho ya por varios años, que una de las cinco mejores hamburguesas de la Ciudad de México se hace no en un burger joint, sino en un bar de la Roma. Hablo de la diminuta hamburguesita del Félix, que si fuera de tamaño normal, sería perfecta. En cuanto supe que su restaurante hermano, Belmondo (Tabasco 109, Roma Norte, y Emilio Castelar 171, Polanco), tenía una nueva hamburguesa irrumpiendo su menú de sándwiches, resultó inevitable correr a probarla.
La hamburguesa del Belmondo promete desde que la lee uno en el menú: Rib Eye, con queso cheddar americano, jitomate, arúgula, tocino, col agria sauerkraut, aderezada con mostaza dijon, servida en bollo y acompañada con papas a la francesa. Salivé simplemente de imaginarla. Por fin una hamburguesa de tamaño normal con el sazón de la hamburguesita maravillosa. Las posibilidades de sabor eran infinitas. Mientras esperaba leí en una nota de Jorge Toledo, de El Economista, que, además de todos los ingredientes antes mencionados, decía que la carne estaba preparada con huevo, salsa inglesa, sal kosher y el ingrediente especial —tip del famoso chef británico Brian Turner—: pepinillos en vinagre picados finamente. “No’mbre, pues por qué tarda tanto en llegar, no puede ser”, pensé. Finalmente hizo su aparición. Se veía perfecta. “¿Será ésta el cáliz sagrado?”, seguía pensando.
La hamburguesa parecía una pintura. Es más, si hubiera tenido mi odiada cebolla, ni se la hubiera quitado. Sin misericordia, le hinqué el diente. Ahí estaba todo. ¿Y la carne? Mmm. Proseguí y nada. Nada. No encontraba el sabor. ¿Dónde están los pepinillos en vinagre picados finamente? Nunca supe. Nunca me llegó el sabor. La carne hace a la hamburguesa; aquí brilló por su ausencia. Sí me la acabé y la disfruté, pero me dejó pensando que le urge más sabor. Y pese a todo, estamos ante una hamburguesa que vale la pena probar. Aparentemente su presencia en el menú no es permanente, así que si se les antoja, vayan de una vez.