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11/04/2021
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Bendiciones infinitas en la Basílica de Guadalupe

Que una virgen hiciera una aparición milagrosa en medio del cerro y que luego dejara su imagen misteriosamente impresa, con técnicas que ni en los talleres de Isabel la Católica han logrado imitar, es una excentricidad que en ningún otro lado del mundo hubiera podido ocurrir. Tenía que ser en la Ciudad de México.

La figura más querida del catolicismo chilango tiene un templo a la altura del milagro, construido en los años 70 por el arquitecto oficial del régimen, Pedro Ramírez Vázquez. ¿Quién no querría detenerse a contemplar y analizar con detalle, por un buen rato, la insólita pintura-no-pintada-sino-aparecida-por-generación-espontánea colocada en el lugar protagónico del recinto? Con el fin de prevenir tumultos, se implementó un sistema de bandas en movimiento, parecidas a las de los aeropuertos, para que la gente no se quede pasmada por tiempo indefinido ante el milagro. Si quieres volver a pasar, hay que dar la vuelta y formarse, como en parque de diversiones. Una obra más del proverbial ingenio del mexicano.

Estratégicamente instalada a unos pasos del punto donde la banda transportadora te deja, está la tienda de souvenirs. No dejes de comprar las botellas de agua para bendecir en forma de la silueta de la Virgen de Guadalupe, y que tienen tapa de coronita brillante. No las pagues al precio de tienda hipster de la Condesa: aquí sólo cuestan 12 pesos.

Antes de que construyeran el templo “motherno”, ya existía la costumbre de tomarse la foto del recuerdo en el cerro del Tepeyac en modo austero. Ahora tienen caballitos y burros falsos, sombreros de charro para que te los pongas en afán de completo turista, y hay altares llenos de brillos y lentejuelas. Además, en el 717 Guadalupe hay un complejo comercial donde venden múltiples objetos religiosos, pero también cuentan con una Virgen de Guadalupe de tamaño real, sentada en una banca y con el bracito extendido en ademán de un cordial abrazo, para que poses junto a ella. La cooperación es voluntaria y las bendiciones infinitas. Un intercambio muy loable, a la altura de la morenita de México.

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Estudió Comunicación en la UNAM, pero en realidad aprendió a escribir en los chat rooms noventeros y luego en los blogs. Es tan fan de la Ciudad de México que tiene el mapa del Metro tatuado en el brazo.