Desde que tengo uso de razón tengo una especie de obsesión por la degustación de carne molida entre dos panes, con o sin complementos. Yo no me caí en una marmita de poción de invencibilidad como Obélix, escudero de Asterix en sus aventuras, pero sí tengo una relación simbiótica con las hamburguesas. Me dan fuerza y, sobretodo, felicidad. Vivo en una constante búsqueda del cáliz sagrado de las hamburguesas, la perfecta, la que tenga todo y no le sobre nada. Aquella que hay que pregonar a los cuatro vientos.
No soy chef, no sé de cocina, no tengo conocimientos culinarios avanzados. He intentado cocinarlas, pero tras años de fracasos concluí que lo mío, lo mío, es comerlas. Tengo una devoción casi religiosa por éste platillo. Gracias a mi empleo “oficial” puedo viajar mucho, lo que me permite seguir buscando la versión más sublime del platillo que me llena la panza y el corazón. Puedo presumir una gran experiencia: años de búsqueda que, en la práctica, avalan mi quehacer.
Desde aquel primer Chamacón con Queso que me comí hace muchos años en el Tomboy del Parque Hundido, pasando por la acostumbrada Dinotriple que me despachaba en el Burger Boy de Miguel Ángel de Quevedo los viernes que salía de la secundaria, hasta la “Del Tío Sam” que me comí antier en La Burguesa (Cozumel #67, col. Roma Norte), mi vida gira entorno a la búsqueda y degustación de hamburguesas.
Eso sí, tengo dos parámetros para poderla reseñar, lo cuál no significa que no me gusten aquellas que excluyo. En primer lugar, una hamburguesa es, para mí, de carne de res; todo lo demás son sándwiches. Si tiene un bollo, y carne de res molida y hecha en pattie, es efectivamente una burger. Con queso, con tocino, con lechuga y jitomate, pero sin cebolla, es mi consentida.
¿Hamburguesa vegetariana? No blasfememos. ¿Hamburguesa de pollo? Casi, pero no. Soy muy ortodoxo en este sentido. Un taco es un taco porque se hace en una tortilla, ¿No? Una burger tiene carne de res entre dos panes, de preferencia, bollo.
En segundo lugar, y contrario a muchas preferencias populares, no reseño hamburguesas de carrito. ¿Por qué? Simplemente porque, para mí, el 90% de éste tipo de “hamburguesas” no lo son, se toman muchas libertades. Sí, hay unas unas buenísimas, pero muchas no son ni de carne molida. Pagan justas por pecadoras, pero hay que mantener los estándares.
Serán mejor tratados los restaurantes que se han abocado a este platillo: siempre he pensado que la hamburguesa, salvo que estés en un asado de jardín o en un estadio de béisbol o futbol, se disfruta más en su propio templo: en un burger joint. Sin embargo, toda hamburguesa que me topo —salvo las de carrito— tiene posibilidades de ser reseñada ¿Comida rápida? Venga. ¿Fonditas? Bienvenidas. ¿Restaurantes elegantes que tienen una hamburguesa en su menú? Claro que sí.
Les doy la bienvenida a esta humilde columna. No pretendo tener la verdad absoluta. Simplemente se trata de compartir mis andanzas y mis experiencias. Si usted confía en un tragón profesional y se anima a probar alguna de las recomendaciones aquí expuestas, que disfrute mucho. Si cree usted, querido lector, que ha probado aquella que se acerca a la perfección, también son bienvenidas sus opiniones.