Es una costumbre anglosajona, pero cualquier cultura se puede adaptar a un desayuno largo y contundente para el domingo.
Lo rico del brunch es que diluye la frontera entre el desayuno y el almuerzo, y lo convierte en un atracón suelto y feliz, sin las prisas, los límites y las restricciones de siempre. Una ciudad que todos los días lidia con la burocracia, la transa, las fake news y los baches de las calles se merece un día así: que empieza a las 11 de la mañana y termina a las cinco con una leve embriaguez y un sentimiento bucólico parecido al “qué bonito es vivir”.
El brunch es un pretexto para comer unos huevos benedictinos con salmón ahumado y una mimosa o unos taquitos de barbacoa con una Coca-Cola fría. En los restaurantes se pone de moda en verano, sobre todo en los que tienen terrazas bonitas. Algunos lo usan de gancho para atraer más clientes y vender más caro todo; por eso, aquí una recomendación.
Uno rico y que no te hace sentir que te han asaltado con guante blanco es el de Maison de Famille en San Ángel (Avenida de la Paz 14). No es ostentoso, no hay fuentes de champaña ni esculturas de fruta. Encontrarás una barra con granola casera, pan recién horneado, quesos, charcutería francesa hecha en casa, tapitas, quiches, ensaladitas… La mayoría de productos provienen del rancho de la familia y se hacen ahí mismo —el pâté, el saucisson, el salmón y trucha ahumada, incluso el yogurt…—, así que encontrarás un sabor diferente y muy sabroso en todo.
Además de la barra libre y el café ilimitado, puedes pedir un plato fuerte de su carta. Nada que te haga pensar demasiado: Croque-Madame, huevitos al gusto, chilaquiles en salsa de morita… Una mesa al lado de la fuente, en medio del patio de la gran casona, es la cereza del pastel. Tu bruncheo dominical para que sueltes todos los pendientes de la semana te cuesta $320 por persona.