El segundo libro publicado por la Editorial Antílope nos lleva a un recorrido por los antiguos cauces de la ciudad, para comprender que su desaparición es una forma de desplazarse, como nuestros muertos se desplazan en la vida de sus dolientes
Un escritor suele ser una persona solitaria que trabaja —por lo general— desde el aislamiento, y lo que Editorial Antílope hace es crear una colectividad que transforma al proceso de edición para “gestar amistades mientras se trabaja un libro a varias manos”.
Antílope nació bajo las manos de Isabel Zapata, César Tejeda, Astrid López, Marina Azahua y Jazmina Barrera, escritores y editores, quienes se definen, en palabras de Salinger, como “amantes de lo improbable, protectores de lo infecundo, defensores de los extravagantes sin remedio”.
Hasta el momento cuentan con dos libros: Arbitraria, muestrario de poesía y ensayo, donde participan 24 autores menores de 41 años, y Los que regresan, libro de poesía de Javier Peñalosa, publicado en este año.
La desaparición de los ríos es el tema principal de Peñalosa, aunque en los tres apartados del libro también encontramos muertos, ecos, árboles y “sombras que se alargan sin romperse” y que trazan un mapa en el que “un grupo de hombres trabaja en las ruinas del próximo siglo”.
Como un pase de lista de personas muertas, Javier invoca a los ríos que existieron en la Ciudad de México y que hoy conocemos como calles. Caminos, como el que conduce a la ciudad de Petra, que durante miles de años estuvieron cargados de agua, de los que sólo queda un recuerdo lleno de condones, zapatos y botellas de plástico.
La desaparición es otra forma de moverse, como en la escritura, donde al tomar el lápiz y teclear en la computadora, nos desplazamos. Así, el autor toma como ejemplo a los árboles, de quienes asegura que su inmovilidad está viva en la corteza: “En este cuerpo hubo años, palabras, oscilación. La tarde en que murió mi padre caminé entre la gente”.
Javier Peñalosa
Editorial Antílope, 2016
$100