The Libertines es el gran grupo ingles que en realidad nunca fue. Si acaso medio fue. Pero su destino, al final, fue como las promesas de los políticos: nunca se cumplió. Fueron un grupo que nació como una reacción espontanea ante la oleada norteamericana encabezada por The Strokes, Interpol y otras bandas neoyorkinas que a principio de los dos miles apagaron de golpe las carreras de artistas ingleses como Travis y Keane, de y artistas norteamericanos como Korn o Limp Bizkit y demás conjuntos de nu-metal.
Entonces aparecieron Carl Barat y Pete Doherty, dos amiguetes con mucha química, mucho talento y mucho carisma, pero que nunca fueron capaces de alejar el dedo del botón de autodestrucción. Los dos álbumes que hicieron en el estudio son la prueba irrefutable de su potencial. Sin embargo, su carrera empezó a parecerse mas a una mala telenovela que a cualquier otras cosa, hasta que el grupo detonó.
Ambos han hecho cosas por su cuenta, pero siempre bajo la sombra de la banda que los presentó ante el mundo. Suelen tener buenos momentos, algunas canciones notables, pero han sido recibidos con gran indiferencia, tanto por la crítica como por el público. Solo los muy devotos les siguen siendo leales. Se han reunido —no pudieron resistirse ante las toneladas de dinero que les ofrecieron a cambio de tocar en algunos festivales— y han dicho que quizá vuelvan al estudio. Nadie sabe si pasará y tampoco si volverá la magia de antaño.
Mientras tanto, Barat se hace acompañar de una banda nueva, The Jackals, y con ella ha grabado un disco dignísimo. Se llama “Let It Reign” y es probablemente lo mejor que han hecho el o su otrora socio por separado. No se ha alejado de las influencias de siempre —The Clash, Oasis, The Kinks—. Es decir, en ese aspecto no hay muchas novedades, aunque ojo, tampoco está mal. Lo que si destaca son las composiciones: pegajosas, memorables, ambiciosas. Y uno no deja de pensar en que hubiera sido si no se hubieran hundido en el drama, los vicios y las malas influencias.
(Rulo / @ruleiro)