Hay que ir con tiempo y hambre. Hay que ir a Revolución 216, en Tacubaya (por si ocupan, pero ya nadie ocupa, el teléfono es el 5515 4132). Tacubaya es uno de esos barrios, casi pueblos aún, a los que de veras nos hace falta voltear. Su alamedita, sus callejas a veces sin salida son encantadoras. (Y les hace falta una limpiada de aquéllas.) También sus restaurantes y sus puestos son encantadores, sórdidos, raspitas. Ahí están los tremebundos Chilakillers, la discreta Poblanita, la arbitraria Casa Merlos, la mariachi birria de Los Arandas, la Antigua Tacubaya –una taquería seminueva–, el Camarón Panzón y su panza de aguachile…
Y está La Colonial. Es casi dos cantinas: una grande, “modernizada”, a la que se entra por la puerta izquierda y se sube por unas escaleras; otra pequeña, alargada y con la barra como centro, a la que se entra por las puertas batientes de la derecha. Ésta es mejor: más cuata, más modesta y divertida. Más o menos buena comida: 60 o 70 o más platillos para elegir, que se va sirviendo por copas: con la primera hay pastas, ensaladas, quesadillas; con la segunda entran proteínas (fideos con menudencias, machitos, sopa de médula), luego mollejas, pierna en adobo y al final, con el cuarto y mareador trago, arrachera, cabrito, chuletón. A partir del trago quinto te vas por tu cuenta, como un caballero del Zodiaco.
(Alonso Ruvalcaba / @alonruvalcaba)