¿Quién es el necio? ¿Al que asaltan diario? ¿O el que dice que la ola (tsunami) de violencia es pura percepción?
La escena estremece: tres dioses suben a un autobús lleno de pasajeros y uno de ellos apunta con su pistola a las cabezas de mujeres y ancianos. El que va armado viste sudadera blanca y pone orden, se siente dios porque decide quién vive y quién no. “Ora sí cabrones, ya se los cargó la chingada. Todos a la verga”, así gritan los otros dos divinos que se abren paso desde la parte trasera, tal como se observa en un video grabado con la cámara del camión. Uno de esos videos que sirven para un carajo: ya son tantos en redes sociales que otro más deja de asombrar, de interesarle a la gente, porque no tiene suficiente sangre o violencia especial; son poca cosa para el trajín de los chilangos.
Las caras de los pasajeros en el video son variadas: van desde la que mira al suelo tranquila, quienes piensan aterrorizados en que les van a disparar, la que hurga entre sus pertenencias para darles algo, o la mirada de quien no sabe dónde esconder la cartera para que no se la roben porque es poco lo que tiene como para que estos se lo quiten así nomás. Hay también miradas con piedad, de esas que están rezando a todos los santos.
¿Qué les voy a contar yo que no sepan ya ustedes? ¿Qué les vengo a narrar yo que no hayamos vivido en un asalto en el camión? Los segundos parecen interminables, los recuerdos de la familia caen por la frente y la nuca en forma de sudor frío hasta mojar el cuello y la espalda. La adrenalina no permite vomitar, las náuseas llegarán después, cuando sobreviviste.
El de la sudadera blanca, el dios del arma, le dice a los otros dioses que se apuren y ellos, que no llevan pistola, usan la otra arma que las divinidades saben aprovechar muy bien: el miedo. “Los quiero a todos agachados, cabrones”. Y así, los dioses intocables, impunes, libres y omnipresentes comienzan a recoger todo: celulares, carteras, bolsos, más celulares, dinero en efectivo, una computadora, aretes, collares, joyas (si te pones nerviosa y te tardas en desabrochártelas, te las arrancan con todo y cuello e incluso orejas), “No escondas el teléfono; órale pendejo, no tengo tu tiempo”, se oye en el video.
Son dioses porque nada los detiene. Son omnipresentes porque se aparecen en este autobús, en aquel otro, en aquella combi, en aquel tráiler. El transporte público es su paraíso, su tierra, su cielo, su infierno. Nadie está por encima de ellos, nadie los detiene. Ellos gobiernan.
Los pasajeros se arrodillan, parece el juicio final. El de sudadera blanca dispara al aire. ¡PUM! Los pasajeros brincan del susto. El chofer salta también, pero se esfuerza por concentrarse en manejar por esa autopista del infierno que se llama México-Pachuca.
Los dioses han divinizado el arte de asaltar: en solo tres minutos desvalijaron a todos.
“Ámonos, ámonos”, dice el dios de sudadera blanca que va cuidando a sus celestiales cómplices. Con “cuidar” me refiero a vigilar que ninguna patrulla se les cruce en el bendito camino. “Cámara, carnales, vámonos”, dice. Mientras, otro observa a una mujer. “¿Qué me ves, pendeja?, los quiero agachados”, suelta. El chofer detiene el camión. Los tres dioses se bajan tranquilamente, llenos de paz y satisfacción, como en éxtasis.
Los dioses, en esta ocasión, decidieron que no hubiera muertos.
En esa autopista ha de haber un asalto diario. La mayoría no se denuncian. ¿Se imaginan a todos los pasajeros, o a la mitad —qué digo la mitad, un puñado de ellos—, perdiendo el tiempo en un MP? Ya parece que en sus trabajos les van a creer que llegaron tarde porque los asaltaron. “Pero fui a denunciar, jefe”. “No me veas la cara. Otra vez llegaste tarde, ¡pudiste haberme avisado con un mensajito!”. “Le digo que me robaron el celular”. “Sí, cómo no, ¡estás despedida!”.
Parece que es de necios denunciar. Este es el video: Lo bueno es que el próximo gobernador mexiquense prometió más camaritas en los autobuses. Esas camaritas regalan entretenimiento en la web, no justicia.
Foto: Cuartoscuro