Son mediocres los necios que defienden las contingencias desde sus oficinas de presunto gobierno
Lágrimas negras. Ya no se llora igual en la CDMX. Ahora, cuando uno llora, las lágrimas salen negras, oscuras. En la CDMX la gente solloza lodo. La contaminación nos ha vuelto seres extraños que lagrimeamos barro que no esculpe nada. Mientras millones manejan sus vehículos (porque no hay transporte suficiente, ni seguro) por la ciudad pensada no para los chilangos, sino para sus máquinas, otros respiran humo que pudre las narices, las tráqueas, los pulmones y la vida. Lo que sucede es que esta es una metrópoli diseñada para los tráficos, dedicada a los embotellamientos y construida de choros gubernamentales. Una ciudad concebida para las contingencias ambientales. Hace mucho que un águila no devora una viborita en una nopalera. Hoy los IMECAS devoran la mirada de los chilangos que posan sus angustias y enfermedades en la nopalera diaria que es la contaminación.
Mocos grises. A los chilangos nos escurren mocos grises y eso nos hace una especie única entre todas la ciudades contaminadas del mundo. “Hace 20 años estábamos peor”, dicen en la (presunta) Secretaría de Ambiente a Medias… ¿o cómo era? ¿Hace 20 años estábamos peor? ¿Hace 20 años cómo eran nuestros mocos? ¿Negros? ¿Eran mocos violentos que comían niños? ¿Cómo pueden ser peores nuestros mocos grises? En plena contingencia, producto de las exitosas políticas ambientales de la CDMX, los chilangos caminan al trabajo, a la escuela, por la leche, por la Coca, por los hijos, por los padres, por huir… no les queda de otra, caminan porque no hay Metros ni Metrobuses suficientes. Mientras caminan son víctimas de las calamidades chilangas de la época: el asfixiante calor, los homicidas rayos UV, los W, los X, los Y y los Z, y del perjuro viento que endurece nuestros mocos. Los mocos grises de los chilangos recorren un camino facial enfadoso: salen de la fosa nasal, escurren por el labio superior y si encuentran bigote, se estacionan, si no, continúan hasta antes de llegar a la barba cuando son secados por el viento. Lo mismo ocurre con los mocos grises que nacen de la otra fosa nasal, el mismo camino, el mismo final. Hay chilangos que con los mocos petrificados en la cara parecen morsas, morsas chilangas en medio de la diversidad ecológica que crearon los de la CDMX.
Pulmones secos y cabezas estallantes. El consuelo, dicen las autoridades, es que: hay lugares peores. Sí, siempre hay alguien más jodido. “Hay ciudades más contaminadas”, y otra vez: “hace 20 años estábamos peor”. La política de la mediocridad, mientras la cabeza estalla y la gente se enferma de los pulmones. El lodo en los ojos de los que gobiernan no les permite ver que los chilangos están hartos y encabronados. Los mismos chilangos que no quieren dejar sus coches en casa y tomar el camión, como les sugieren las tramposas oficinas de gobierno. Tramposas porque no son capaces de garantizar movilidad sin coche en la Ciudad de los Coches. Las gargantas son color smog y las palabras que expulsan huelen igual. Mientras esto ocurría, mientras se cumplía el cuarto día de los siete que duró la contingencia (siete días, como el Génesis), Tanya Müller, presunta secretaria de Medio Ambiente o Ambiente a Medias, tuiteaba fotos increíbles de una CDMX con cielo azul. ¿Cuándo habrá tomado esas fotos la señora Müller? ¿Habrá sido cuando Dios creó la ciudad y cinco minutos antes de que la poblaran los chilangos y sus emisiones?
Me siento burlado, engañado, los mocos no me dejan respirar, los pulmones gritan de dolor, mi cabeza quiere explotar, mi garganta escupe palabras encabronadas… y ellos dicen que “estábamos peor”.
Foto: Cuartoscuro