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“Buen comer”, “buen gusto”, “alimentación saludable” y muchísimos más convergen en un panorama frenético de contenido sobre comida. Por ejemplo, en Instagram se comparten 95 millones de fotos diario y el segmento sobre este tema es amplio en esta red.
Que cuál pan de muerto es el más rico, que si hay que visitar tal o cual restaurante, que si se ve a los fermentos como novedad… La infoxicación existente me hace querer escribir para que, si lo deseas, reflexionemos en conjunto, para que salgamos de la agenda setting y veamos alternativas.
Esta columna será un espacio para hablar del lado B al Z y más allá en términos de cultura alimentaria y sus aristas. Charlemos de lo que nos llevábamos a la boca y lo que eso provoca e implica, no solo de lo delicioso, aunque también de eso porque apapacha. Sobre todo, me enfocaré en lo social y las personas. Tu cafecito con panecito de la mañana no sería posible sin el esfuerzo humano.
Quienes somos parte de la difusión o enseñanza al respecto no somos policías del paladar ni tenemos los únicos conocimientos válidos. Se puede ofrecer información fundamentada, crítica y empática. Hay que recordar que cada quien tenemos fobias y filias que dependen de nuestra cultura y contexto, social y económico, también de nuestras vivencias y apreciaciones íntimas, de nuestras posibilidades e imposibilidades.
Todo eso se conjunta en la alimentación y eso me lleva a decirles que no existe un solo “buen comer”, que no creo en el “buen gusto” desde los enfoques de clase y poder, y que la “alimentación saludable” o sostenible es más compleja de lo que creemos. En estos términos puede haber mensajes llenos de prejuicios y generalizaciones que se alejan de entender otras realidades.
Claude Fischler, sociólogo francés, estableció la dicotomía gastroanomía vs. gastronomía, relacionada con el sistema capitalista. La gastroanomia es lo contrario a la búsqueda de la gastronomía (palabra que, desde mi campo de estudio y acción, prefiero usar “cultura alimentaria”).
En la gastroanomia confluyen discursos mediáticos y publicitarios, modas, recomendaciones médicas, ideas sobre lo socioambiental y los recursos económicos que llevan a entender a la alimentación como actos individuales y aislados, de propiedad privada, que es lo contrario a la búsqueda de devolver a la comida su naturaleza comunitaria pues la comensalidad se construye.
Sentipienso que buscar otras maneras de ser, estar y comer, de pensarlo y disfrutarlo, puede darnos el chance de incomodarnos o movernos.
Nuestro plato y taco cotidiano accionan política y filosóficamente ante una realidad de contrastes: en México predomina la inseguridad alimentaria. 6 de cada 10 hogares no tienen acceso a alimentación nutritiva, variada, suficiente y estable, y en uno de cada 10 hogares esto implica escenarios de hambre. Continuáremos el diálogo.
Por Mariana Castillo Hernández (@marviajaycome)