Ofensas o blasfemias no necesariamente forman parte de una narrativa de este tipo, mientras que la incitación a la violencia o al genocidio sí constituyen un discurso así
Cualquier persona con un dispositivo con acceso a internet puede abrir una cuenta en cualquier red social y decir lo que tiene en la cabeza. Este ejercicio puede derivar en comentarios positivos para una persona que se dedica a la difusión de su arte, por poner un ejemplo; que un grupo de chicas se organicen para recuperar un bosque en nombre de un ídolo del K-pop, por poner otro ejemplo, e incluso, un comentario en alguna publicación puede conducir a un debate de ideas, sin que ello implique un conflicto fuera de la pantalla.
No obstante, una expresión determinada, dicha de una forma particular, con un acento específico, también puede contribuir a la formación o fortalecimiento de ciertas narrativas que después servirán de base para atacar a otras personas por razones como su orientación sexual, su origen étnico o su condición de clase. Entonces, ¿cómo distinguimos entre el ejercicio pleno del derecho a la libertad de expresión y una narrativa que puede conducir al odio o a la violencia?
Un concepto
Un discurso de odio, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), “se define como cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita, —o también comportamiento—, que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad”. Tres formas de identificar este tipo de discursos, siguiendo a este organismo internacional, son:.
a) Se puede materializar en cualquier forma de expresión, incluidas imágenes, dibujos animados o ilustraciones, memes, objetos, gestos y símbolos y puede difundirse tanto en Internet como fuera de él.
b) Es “discriminatorio” (sesgado, fanático e intolerante) o “peyorativo” (basado en prejuicios, despectivo o humillante) de un individuo o grupo.
c) Se centra en “factores de identidad” reales o percibidos de un individuo o grupo, que incluyen: “su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia o género”, pero también en otras características como su idioma, origen económico o social, discapacidades, estado de salud u orientación sexual, entre otras muchas.
¿Con intención o sin intención?
Aunque el concepto planteado por la ONU no es ni legal ni universal, pues sigue en discusión, las diversas definiciones coinciden en que un discurso de odio puede causar graves daños a otras personas o grupos de personas.
Por ejemplo, la organización de defensa de la libertad de expresión, Article 19, señala que “el discurso de odio no implica necesariamente una consecuencia particular, pero requiere, como elemento central, la intencionalidad de provocar violencia, discriminación u hostilidad contra personas o grupos con ciertas características”.
Para facilitar la distinción de respuestas efectivas al discurso de odio, esta organización independiente propone que se divida en tres categorías:
a) Discurso de odio que debe ser prohibido (sanciones penales): Incitación al genocidio y a otras violaciones a la Ley Internacional. Apoyo a odio discriminatorio que constituye incitación a hostilidad, discriminación o violencia.
b) El discurso de odio que puede prohibirse (sanciones no penales): Que puede restringirse para proteger los derechos o la reputación de otros, o para la protección de la seguridad nacional o el orden público, o la salud pública o moral.
c) El discurso que no es sancionable, pero que genera preocupación en términos de tolerancia y respeto a los derechos de terceros: Esto incluye expresiones ofensivas o provocativas, caracterizadas por el prejuicio.
¿Qué no es un discurso de odio?
La organización Artículo 19 recalca que existen expresiones que, de facto, no se convierten en discurso de odio. Es el caso de las expresiones ofensivas, de blasfemia, negacionistas, insultantes y denigrantes o, incluso, de difamación o calumnia. Las personas que negaban la existencia del Covid-19, por ejemplo, no necesariamente cayeron en un discurso de odio. Una persona que habla críticamente de un personaje político o de un gobierno, tampoco.