Todos los edificios coloniales que adornan las calles y avenidas del primer cuadro de la ciudad son testigos de sucesos normales y otros un tanto paranormales.
Por el día, se inundan de magia con su imponente arquitectura, pero por las noches, entre las sombras, la leyenda de Don Juan Manuel se hace presente para inmortalizar su existencia.
La casona de la calle Uruguay 94, en el corazón de la ciudad, quedó marcada por una serie de asesinatos cometidos en el nombre del amor. El propietario del lugar, Don Juan Manuel de Solórzano, un hombre rico que llegó a México en el año 1612 en un barco proveniente de España. Para 1636, se desempeñaba como Privado del virrey, mano derecha del Conde de Cadereyta. Su poder se incrementó al casarse con Marina Laguna, hija de un minero zacatecano con quien era feliz, pero no del todo, pues a pesar de su tiempo juntos, no había podido darle a un heredero.
Ante su desesperación y tristeza por no tener a un primogénito, decidió internarse en el convento de San Francisco para sanar su alma y recuperar las esperanzas que se habían marchado hace tiempo. Lo que no sabía es que su partida traería muchos acontecimientos a su vida y no serían precisamente los más afortunados.
Antes de marcharse se aseguró que su sobrino que vivía en España viniera a la ciudad para encargarse de su fortuna y su casa, mientras él lograba comprender por qué la vida lo castigaba sin tener un hijo. Durante su ausencia llegó a sus oídos el rumor de que su amada lo traicionaba con otro hombre. La noticia lo volvió loco, su frustración fue tan grande que de inmediato volvió a su casa para vengarse de la ofensa.
No sabía quién se había atrevido a tentar su matrimonio, en su sed de venganza recurrió a los oficios de una hechicera, quien le ayudó a establecer un pacto con el diablo. Don Juan Manuel ofreció su alma a cambio de descubrir quién lo había deshonrado. El diablo le dijo: “A las 11 de la noche te asomarás por tu balcón y al primer hombre que pase tendrás que asesinarlo”.
Llegadas las noches, en la hora en punto, Don Juan Manuel, armado con un puñal, acechaba a los hombres que pasaban por su calle y les preguntaba la hora, una vez que estos se la daban, él respondía: “Dichoso aquel que sabe la hora de su muerte” y acababa con sus vidas. Después del primer hombre que mató, se le apareció el diablo para decirle que se había equivocado, por lo tanto tenía que seguir asesinando hasta que su figura apareciera a lado del cadáver del culpable.
Esto nunca sucedió y entre tantos crímenes, entre la oscuridad, cegado por la maldad atacó a su sobrino. A la mañana siguiente el cuerpo del muchacho le fue entregado y fue entonces cuando se percató de lo que había hecho. Esto lo dejaría sumido en el remordimiento, para pagar su pena buscó a un monje del convento y éste lo sentenció a ir a donde se encontraba la horca y rezas plegarias y rosarios por las almas que él había arrebatado.
Sólo bastaron tres noches de penitencia para Don Juan Manuel, pues en la última de ellas mientras pedía perdón sin cesar, una horda de ángeles siniestros se hicieron presentes a su alrededor y lo subieron a la horca, absolviendo todos sus pecados.
Dicen que los peores actos se han cometido en el nombre del amor y la historia de don Juan Manuel no fue la excepción. Como huella de los años y la tragedia, aún se conserva esta placa en el número 94 de la calle Uruguay. Si una noche de éstas decides pasar por ahí, que sea bajo tu propio riesgo, pues el espíritu de Don Juan Manuel suele aparecerse para pedir la hora.
(Fotos: Cortesía)