Hace tiempo que la música y los músicos dejaron de tener influencia política y social. O eso parecía, hasta que Ariana Grande demostró lo contrario
Alguna vez la música popular y sus creadores fueron poderosos medios para activar social y políticamente a grandes masas. Tomemos como ejemplo una canción, “Sun City” — de Artists Against Apartheid, proyecto encabezado por el guitarrista de Springsteen, el gran Steve Van Zandt—, que tuvo la capacidad de poner en jaque al gobierno racista de Sudáfrica. Pienso en John Lennon: si sus palabras y sus acciones no hubieran incomodado a ese grado al status quo, jamás se hubieran esforzado tanto intentando expulsarlo de Estados Unidos.
Sin embargo, desde hace ya un buen rato tengo la sensación de que los gestos políticos de las grandes estrellas de la música son irrelevantes. Es decir, que Katy Perry brindara en actos públicos su apoyo a Hillary Clinton no hizo ninguna diferencia significativa a la hora de las elecciones, así como tampoco es relevante si Kanye West pone un tuit respaldando a Trump. Todos los músicos más o menos pensantes del Reino Unido se manifestaron en contra del Brexit y ya vieron qué pasó. Creo que a nadie le importa ya lo que diga o piense Bono sobre cualquier cosa.
Y entonces ocurre lo del domingo pasado: Ariana Grande, respaldada por varios colegas, regresa a la ciudad de Manchester dos semanas después del trágico atentado que se efectuó a la salida de uno de sus conciertos, y ofrece un evento histórico.
Aunque se organizó en menos de siete días, fue un éxito en todos los sentidos. Ahí estuvieron los ídolos de los 90: Take That, con todo y Robbie Williams, Pharrel Williams y Miley Cyrus, Katy Perry y Justin Bieber. Y, cerca del final del concierto, Liam Gallagher y Chris Martin, cantando juntos, sorprendiendo a quienes saben que el otrora vocalista de Oasis ha sido groserísimo con Coldplay en varias entrevistas. Pero más allá de los grandes nombres, lo verdaderamente importante es que en el estadio en el que se llevó a cabo el evento se reunieron cincuenta y tantas mil personas, desafiando al miedo, mostrando unidad, enseñando que, pese a todo, la vida sigue.
La señorita Grande, en su acto solidario con la ciudad en desgracia, le cerró el pico a sus críticos —como el nefasto Piers Morgan, quien la acusaba de haber abandonado el Reino Unido con prisa tras los atentados— y demostró que, además de tener pantalones, no es una artista frívola. Y, lo más importante, que la música puede ser un bálsamo contra el dolor y la adversidad, un pegamento capaz de unir a la gente en torno a una causa común y una herramienta de protesta de suma eficacia.
Foto: Shutterstock