Contracultura pop | Yo estuve en Avándaro: Ya era hora

Ciudad

El rock mexicano ha estado sistemáticamente mal documentado. Afortunadamente existen esfuerzos, como el libro Yo estuve en Avándaro, que empiezan a quebrar esta desdichada tradición 

Este martes fui invitado a la sucursal de Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo a una charla sobre las múltiples intersecciones donde se encuentran la literatura y el rock. Se platicó de músicos que han escrito novelas, del Nobel que apenas recibió Dylan, de las letras del hip hop como una suerte de poesía contemporánea y de cómo el rock ha servido como brillante inspiración para novelas, crónicas y ensayos, entre muchas otras cosas.

Avanzó el evento y se llegó a un punto indiscutible: lo mal documentado que está el rock mexicano. No hay mucha literatura que nos explique los motivos, el contexto o la importancia —o falta de esta— de sus protagonistas. Una de mis compañeras de mesa, la estimada periodista Mónica Maristain, apuntaba que, por ejemplo, no hay mucha literatura para comprender a una de las bandas históricas y emblemáticas de México, Café Tacvba. Incluso, dijo, a pesar de Bailando por nuestra cuenta, el libro de Enrique Blanc que, confieso, aún no leo. Me acordé de lo que hace algunos años me dijo un amigo, el narrador Julio Martínez Ríos, cuando investigaba para su libro Arde la calle, que la literatura sobre rock y contracultura en México (sobre todo reciente) es muy pobre y no hay registro de casi nada. Sí existen libros sobre el tema, pero la mayoría (ojo, no todos) padecen de ser muy sesgados, de estar mal investigados y mal sustentados. O peor aún, resultan demasiado reaccionarios. También hay literatura académica al respecto, pero es bastante rígida.

Quizá por eso me dio mucha alegría encontrar ahí mismo, en la sección de novedades de la tienda, una obra que, a pesar de haber aparecido a mediados de 2016, yo no había tenido el gusto de conocer: Yo estuve en Avándaro, publicado por la magnífica editorial Trilce, la misma que nos brindó el libro de Nortec y la famosa Tacopedia.

Yo estuve en Avándaro son, en realidad, dos libros en un solo paquete. Uno, el estelar, contiene las fotografías poco vistas de la extraordinaria Graciela Iturbide. Es una especie de catálogo de la muestra que se presentó a finales del año pasado en el Museo del Chopo. Una cantidad generosa de imágenes que muestran lo que pasó en el mítico concierto del 71. Con la sensibilidad que la convertiría años más tarde en la fotógrafa más celebrada de este país, captura el terreno donde se llevó a cabo el evento, la llegada de los asistentes, el montaje de sus campamentos, sus rituales, su convivencia, su desmadre, su gozo, lo que sucede en el escenario y la basura que queda después del evento, brindando claridad a toda la mitología que lo rodea.

El otro libro es menos afortunado, pero también valioso. Incluye dos textos. El primero es el prólogo, lleno de humor involuntario, escrito por uno de los organizadores del evento, Luis de Llano Macedo. El segundo, de Federico Rubli, es una lectura atrabancada, tortuosa, que, sin embargo, proporciona datos invaluables del evento, de las condiciones que lo propiciaron y de las consecuencias que trajo. Rubli no solo narra las actuaciones de las bandas y de cómo las vivió el público, también nos habla sobre otras cosas importantes, como las reacciones de los medios o las declaraciones de los políticos, además de presentar documentos que van desde volantes promocionales hasta oficios gubernamentales, los cuales, sin duda alguna, ayudan a tener una imagen más completa de lo que fue Avándaro.

Lo único lamentable de esta obra es que uno se queda pensando esto: ¿por qué no hay más libros con estos atributos, de esta calidad, hablando de algo tan trascendente y popular como la contracultura mexicana y su banda sonora?