La inspiración es uno de los más grandes mitos del proceso creativo. Sí, es probable que algún aforismo o el principio de una idea genial surjan en el ocaso de una noche de copas, en la contemplación silenciosa de la lluvia o en un simple paseo matutino. Sin embargo, la concreción de dichas ideas y la construcción de una obra significativa que parta de tales cimientos azarosos depende en gran medida de la relación directa entre el artista y el trabajo duro.
Nadie puede negarle a Guillermo del Toro el título de cineasta meticuloso y arduo trabajador del celuloide. Su obsesividad, evidenciada siempre a través del detalle minucioso, del homenaje erudito y de la palpable pasión con que da forma a su proceso fílmico, se convierte en una carta de presentación inmejorable que —honor a quien honor merece— está respaldada por la elaboración de obras notables como Cronos o la impecable El laberinto del fauno.
Tampoco puede negársele a del Toro que las ideas primigenias de sus filmes y el esbozo a grandes rasgos de sus tramas son casi siempre atractivos. A pesar de lo anterior, el santón mexicano del cine fantástico lleva ya más de un lustro reñido con la calidad final de sus obras. Algo ha desequilibrado la ecuación, y donde antes el trabajo, la meticulosidad y una buena idea propiciaban la creación de una obra magna, ahora dan como resultado largometrajes dignos del cajón del olvido.
Crimson Peak, el más reciente filme del director mexicano, es precisamente un compilado perfecto de sus principales dolencias creativas. La película cuenta con todos los elementos que —al enumerarse por separado— podrían dar la impresión de que aquello que acaba de presenciarse es un filme notable: ahí está la maravillosa obsesividad de del Toro, que sumerge a sus personajes en una preciosista atmósfera de horror victoriano plagada de pequeños homenajes y filigranas visuales cuidadosamente construidas; ahí está también la atractiva premisa, centrada en el misterioso interés de los hermanos por la protagonista y por llevarla a la alejada mansión que los vio nacer —el funesto Crimson Peak—, y finalmente, por si lo anterior no fuera suficiente, el reparto escogido por del Toro está compuesto por tres de los actores más brillantes de su generación: Jessica Chastain, Mia Wasikowska y Tom Hiddleston. ¿Es posible que una combinación así fracase? La respuesta, por desgracia, es: sí.
Los intentos de del Toro por volver al género del horror, tras el “fracaso” en taquilla de su multimillonaria Pacific Rim, evidencian la innegable capacidad del director mexicano para construir una atmósfera de virtuosismo estético e imaginativo notable, pero de igual forma muestran –sin revelar mucho de la trama, que es de por sí bastante susceptible al spoiler– la incurable cursilería a la que suele tender el autor de El espinazo del diablo; sensiblería que en otras ocasiones, justo cuando va a desbordarse, es contenida por la naturaleza de la historia —véase el final de Cronos—, pero que en Crimson Peak estalla, irrestricta y penosa, en secuencias de acartonado dramatismo, fallido no desde las actuaciones sino desde el planteamiento de la historia y del método narrativo.
Romántica en el sentido más victoriano de la palabra, pero adolescente en su planteamiento de las pasiones humanas, Crimson Peak es otro duro golpe a la filmografía de un autor que comienza a tener más fracasos que cintas memorables. Esperemos vengan tiempos y películas mejores, Guillermo.