Cuenta regresiva a un futuro predicho

Por: María Isabel Mota
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¡Diez! ¡Nueve! Suenan a coro. ¡Ocho! ¡Siete! Y se escapa el 2022 ¡Cinco! ¡Cuatro! No hay forma de detenerlo ¡Tres! El futuro ¡Dos! Está. ¡Uno! Aquí.

Escribo con la mirada perdida en el reflejo de las luces decembrinas que destellan sobre los lentes de quien me acompaña. El año aún no termina pero el ambiente está lleno de cierres, de ciclos agonizantes, de comienzos llenos de esperanza porque algo cambie, y porque algo nuevo empiece.

¿Cómo cierras el año?, pregunta entre aromas de café y pan. ¿Cuál de todos?, contesto. ¿El pandémico? ¿Mis primeros 45? ¿Tus primeros 35? ¿Este que hemos pasado de emergencia en emergencia… desde hace meses?

Mi espejo, mi compañía, le da un sorbo al café y junto con el pienso que acabo de aventar en su vida, roba un pedazo de mi croque madame. ¿Puedo?, pregunta con cautela pues comer de un plato que no es el propio, implica una intimidad previa, constantemente negociada. Para eso está, contesto, confirmando que ese límite se ha renegociado amable y fértilmente. 

– ¿En enero de 2022 pensaste que estaríamos aquí en diciembre?

Ese pienso me agarra en curva y entonces hundo mi tenedor en la comida para ahogar la premisa en carbohidratos, porque la verdad, es que 2022 es un número que a mis 15 sonaba irreal, a los 30 sonaba abrumador y a los 46 me resulta deshonesto.

– La verdad, los dosmilesalgo, me parecían una realidad en la que no iba a estar, ni en diciembre ni en enero, ni en agosto.

Un cuenco de cerámica hecha a mano contiene frutos rojos que ahora ayudan a digerir las memorias que nos acompañan en la mesa.

¿Dónde pensabas que estarías hoy, mientras me lees? Sí, tú, quien me lee.

Tú que llegaste hasta esta palabra que ahora rompe el blanco de mi hoja y llena tu cabeza de una voz imaginada en pasado que brinca a tu presente donde forzosamente tu futuro y el mío se cruzan.

Me lees en un enero que desconozco. Escribo en un diciembre frío, gentrificado, con platos continentales y carbohidratos sobrepasados pero indispensables. ¿Cambió? ¿Enero es diferente?

Llega la cuenta. No es caro, dice mi mente pero no es mi cartera la que paga. La inflación que es común para cualquier ser humano en el planeta, atraviesa sus 36 años por segunda vez y mis 46 por tercera. La suya siempre se ha defendido mejor que la mía y por eso, siempre la ha compartido, por eso, pregunta con intimidad cautelosa si puede comer de la comida que paga, pero que es mìa porque la hicimos nuestra. 

Me lees en un enero de 2023 que imagino muy parecido al del año anterior, donde todo se iba destruyendo conforme lo tocábamos con nuestra ansiedad por evolucionar, por dejar atrás el dolor. 

En el diciembre de 2022 desde donde nos escribo, le pregunto a quien me acompaña si se tomó ya la medicina. No, contesta.

¿Yo me tomé la medicina?

¿Tú te tomaste la medicina?

¿Tienes medicinas?

¿En enero de 2023 ya tenemos medicinas? ¿Las promesas que nos juramos sobre el bienestar por venir, se ven cerca? 

¿Será el siguiente enero?

Los carbohidratos que nos atestiguan lentamente desaparecen. El azúcar que antes se vestía de dorado mientras la miel acariciaba los huecos que el calor forjó en masa madre, ahora nos calienta desde dentro. 

Abre la mochila de donde extrae una caja con una sola dosis. La última, dice. 

-Paciencia. 20 mg. Una vez al día. Por el tiempo que dure el tratamiento.

-¿Cuánto tiempo más?

-No sé. Tal vez cuando cerremos otro año. 

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Maríaisabel Mota es chilanga, cuarentona, crazy cat lady y publica sus piensos desde 1993, cuando para leer opiniones había que ir a la esquina a comprar el periódico. 
En este espacio comparte lo reflexionado sobre ser paciente de carrera y lectora compulsiva. También puedes leerla en El DepreBook, crónica de una paciente de carrera.

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