Apenas sobreviven algunas decenas de estos sitios de larga tradición en toda la capital, principalmente en Cuauhtémoc e Iztapalapa
Quien no se ha bañado en una regadera pública se ha perdido una experiencia chilanga divertida y reconfortante. Hay desde sencillas regaderas hasta jacuzzis, pasando por el vapor y el famoso baño turco. Con oferta para todos los presupuestos, desde los 65 hasta 150 pesos, individuales o compartidos, tienen la maravilla de cobrarse por servicio y no por tiempo. Sin embargo, con dificultad aún persiste la costumbre de acudir en familia un domingo a compartir un baño de vapor.
Es difícil saber con certeza cuántos establecimientos de este tipo sobreviven en la ciudad. El Directorio Estadístico Nacional de Unidades Económicas, que publica el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), los agrupa junto con los temazcales y uno que otro WC. En una búsqueda rápida muestra un registro de 60 establecimientos, con una alta concentración en las alcaldías Iztapalapa y Cuauhtémoc. Es posible que la llegada de los servicios como el SPA tenga cierta responsabilidad en el desuso de esta popular costumbre.
Una mención especial merecen los manantiales del Peñón de los Baños, lugar ancestral al que se le atribuyen poderes curativos. Ubicados justo a un lado del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (CDMX), esta maravilla de la naturaleza emite aguas del subsuelo que tras mineralizarse produce aguas con temperaturas que van de los 37 a los 46 grados.
Un día en un baño de vapor
El origen de este hábito citadino comparte historia entre las culturas prehispánicas y españolas. Con el temazcal como su más célebre antecesor, el baño público y el de vapor dan cuenta de la historia del crecimiento de la ciudad, la llegada del agua potable y el drenaje.
Recuerdo algunos días de mi infancia con emoción por ir al vapor, los baños Diana en la colonia Guerrero eran los favoritos. A excepción de un par de veces no volví en más de 20 años. Esta vez fui al barrio de Tacuba, donde cantinas de mesas de plástico blancas y regaderas públicas forman parte del mismo circuito.
Llegué en bicicleta, no había lugar sobre la reja para encadenarla. El sitio estaba repleto de otras bicicletas, claramente vehículos de trabajo con cajas montadas en el portabultos, lazos y demás enseres que me dejaron ver que las regaderas públicas y el baño de vapor son gustos que prevalecen entre quienes se ganan la vida de sol a sol, y encuentran en estos lugares un respiro durante el día.
Es cierto que algunos de estos establecimientos se han convertido en lugares de encuentro erótico entre hombres homosexuales, pero en este caso no se trataba de eso: en los lugares para encuentro entre hombres las mujeres sencillamente no son bienvenidas.
En la recepción puedes comprar jabón, champú, zacate, rastrillo, gel y un producto aún más en desuso que el propio vapor: la brillantina para cabello. Unas mujeres de avanzada edad atienden la recepción, no es difícil elegir entre regadera y vapor pues sólo cinco pesos en la tarifa hacen la diferencia. Me decido por el vapor y un joven me dirige, me abre la puerta con reverencia y se cerciora de rociar todo con un atomizador, que hasta ese momento no sabía que era cloro en su estado más puro.
Una vez adentro sigo las indicaciones, la caja que emite el vapor hace tanto ruido que mi ilusión de tranquilidad se diluye. Han pasado dos minutos y el hartazgo del ruido me abruma tanto como el aroma a cloro que para ese momento ya inunda el pequeño cuarto. Los detalles del lugar me calman un poco: pequeños espejos redondos, las toallas pulcras, ventanas discretas que dejan ver los enormes árboles de la calle.
Ha pasado la primera impresión y logro concentrarme en mi búsqueda de tranquilidad. Finalmente disfruto el momento. No es nada de lo que yo recordaba y aún así salgo feliz de ese lugar. Es fácil entender por qué aún pervive en medio de un ritmo de vida tan abrumador como el de la ciudad.
- El primer establecimiento dedicado al baño público del que se tiene registro data de 1743
- Cerca de 60 baños de vapor quedan en la capital, según el directorio de empresas del INEGI