Hace como 10 años quería escribir un cuento acerca de un joven que entra de becario a un periódico. La primera chamba que le asignan es escribir semblanzas y notas fúnebres acerca de gente que sigue viva para tenerlas archivadas en caso de que ocurra el inesperado deceso. Le asignan a Fidel Castro, a García Márquez y a Chabelo. El relato, que permanece sin escribir, se intitularía Delito de cuervos.
El Gabo se le adelantó a mi cuento y el actual mundo digital hace ver a mi trama muy cándida.
Hacemos brillar la pantalla del teléfono a la espera de que alguna figura pública haya muerto mientras nos bañamos. Aguardamos como cuervos, listos para el festín del cadáver. Hay de dos: el pitorreo desmedido o el encumbramiento, también sin mesura.
Murió Robin Williams y la gente compartía citas de sus personajes como si hubiera sido el comediante quien dijo tales cosas y no un grupo de guionistas.
Murió Jacobo y resultó que todos le teníamos rencor y desprecio “por su pasado televiso, wei”. Con Chespirito fuimos incluso apologéticos. No ha muerto Chabelo y eso nos resulta bastante simpático.
Murió David Bowie. Veo un montaje sumamente mal hecho del rostro de El Chapo Guzmán (recién recapturado) con la cara pintarrajeada con el rayo azul y rojo característico de la portada del Aladdin Sane. Veo un montaje aun más chafa: fotos de David Bowie entre nubes, Jenny Rivera, Joan Sebastian y otros difuntos locales. “Por fin entre los grandes…”.
Son sólo ejemplos. No generalizo. De hecho, noto que en el caso de Bowie estamos siendo bastante sensatos y afligidos. ¿Será porque Bowie era un genio de la música moderna o porque la noticia nos sorprendió lagañosos en lunes por la mañana? En fin, si no tenemos cuidado, al bobo mito promovido por Bretón de que a los mexicanos nos da risa la muerte habrá que sumar el de que a los mexicanos nos vuelve estúpidos la muerte.