Antes de meterme a ver Desierto dije: “Jonás Cuarón no puede darse el lujo de hacer una mala película”. Su filme es inmaduro, tonto y aburrido. Debió salir directo en VHS. Y aun así no fue lo peor de mi visita al cine. ¡Me pasaron avances comerciales de tres cintas mexicanas! En el primer tráiler Manolo Caro nos suplica que olvidemos que existe un genio llamado Almodóvar. En el segundo un muchacho con síndrome de Down baila en actitud de galán
una canción que dice algo sobre un alien y un cerdo. Delirante. En el tercero, Martha Higareda y amigos van apareciendo a cuadro haciendo cada uno un sonido hasta formar una melodía que es interrumpida por un pedo. ¿El golpe en la ingle? Después nos pasaron un grotesco comercial al más puro estilo Televisa con los personajes de ¿Qué culpa tiene el niño? El cliché de la mujer naca que habla así de lo pior, manita.
Estos patanes tienen secuestrado al cine mexicano.
Así como cuando comes ensaladas y te perforan una tarjeta de cliente frecuente, a nuestros cineastas deberían permitirles sólo filmar, inicialmente, tres películas. Una película, un agujero en la tarjeta. Si no demuestras en esos chances que tienes algo que decir: se vuelve ilegal que estés cerca de una cámara o de un actor o en un plató.
Cada semana en la Cineteca Nacional se desarrolla el ciclo Clásicos en pantalla grande. Películas formidables e imperdibles. Trato de asistir siempre. Al único director mexicano joven que me topo ahí cada domingo es a Michel Franco, cuyo filme Chronic ganó apenas por Mejor Guión en Cannes. ¿Casualidad? No creo. Quizá el director de ¿Qué culpa tiene el niño? ve a Billy Wilder en su casa. Francamente lo dudo. Dice Scorsese que los chavos no quieren ver cine en blanco y negro porque piensan que están haciendo la tarea. Estoy de acuerdo.
Amigos creadores del futuro, hagan la tarea.