Independientemente de su valor arquitectónico, de que si son feas o bonitas, bien planeadas u ocurrencias, los chilangos nos hemos apropiado de algunos edificios citadinos de una manera muy original: poniéndoles apodo.
En la Del Valle está la Torre AXA, conocida por generaciones anteriores como la Torre de Mexicana, pero que cualquiera podría ubicar como “La Licuadora”. Esta obra de Pedro Ramírez Vázquez parece estar lista para que le echemos unos tomates, unos chiles y una cebolla, y crear la salsa más grande del mundo. No muy lejos de ahí está el World Trade Center, originalmente conocido como Hotel de México, que recuerda a un botecito de pegamento blanco y por eso le dicen “El Resistol”.
En el poniente, el Mordor Godínez y la tierra de esperpentos arquitectónicos “inteligentes”, tenemos “El Pantalón”, de Teodoro González de León, tan conocido por este nombre que si le dices al taxista que te lleve a Arcos Bosques (como se llama en realidad), puede que no sepa de lo que le estás hablando. Más adelante, en pleno Santa Fe, está “La Lavadora”, que en realidad se llama Conjunto Calakmul y es obra de Agustín Hernández.
En Polanco están “Las Coca-Colas”, o sea, el Residencial del Bosque, de César Pelli, aunque la neta les falta estar más curvilíneas. Y en la vecina colonia Granada se encuentra el Museo Soumaya, que por su forma caprichosa podría ser un florero de diseñador… y por eso así le dicen, “El Florero”.
Al sur se levanta uno de los conjuntos arquitectónicos más noventeros de toda nuestra hermosísima ciudad: el Centro Nacional de las Artes, que tiene el sobrenombre de “El Chocorrol”. Sin embargo, nadie logra ponerse de acuerdo sobre qué edificio es el que lleva el apodo: si el horizontal que se ve desde Tlalpan, creación de Teodoro González de León, o el vertical de color morado, que es obra de Ricardo Legorreta. Nosotros creemos que a los dos les queda de maravilla.
Hablando de golosinas, la reina de las construcciones con apodo es la polémica “Suavicrema”, deliciosa galleta con relleno de vainilla que costó 1,500 millones de pesos. Después de su controvertida inauguración, hoy se ha fusionado con el horizonte defeño y la neta sí se ve bonita de noche. Como al resto de los edificios, ya le tenemos cariño.