Recuerdo una vez, eran los años noventa, que los defeños estábamos compitiendo contra los habitantes de Santiago para determinar cuál era la ciudad más contaminada del mundo. Al final ganaron nuestros amigos de pésima dicción. Juro que vi imágenes de varios chilenos en sus azoteas con pancartas celebrando que nos habían vencido. ‘Cachai weón la vaina de smog conchatumare la wea’.
Hace poco me enteré que, contrario a lo que uno pensaría, México no ocupa el primer lugar del mundo en obesidad. En cambio, sí ocupamos el primer lugar en obesidad infantil. ¡Charros!
En México se lee, en promedio, medio libro al año. Esa era la dramática y mítica cifra con la que todos estábamos de acuerdo y vivíamos campantemente. La dábamos por hecho tal como asumimos que comemos muchas fritangas y que el aire de la ciudad es una porquería.
Esta semana CONACULTA anunció que los mexicanos leemos 5.3 libros al año, según la Encuesta Nacional de Lectura y Escritura 2015. Lo que nos vuelve el segundo lugar en lectura en América Latina, irónicamente, sólo superados por Chile.
Todavía estamos muy lejos del sueño ‘vasconcelista’ que deseaba que hubiera una Iliada en cada hogar mexicano, pero… ¡qué extraordinaria noticia!
Leer 20 minutos al día no te enloquece, como dicen las deprimentes campañas publicitarias del Consejo de la Comunicación. Leer es terrible, doloroso, y señala con candileja todo lo que está podrido en el corazón del hombre. Además, casi en todo caso, leer conlleva ganas de escribir, que a estas alturas de la historia humana es ya muy ocioso.
Leer es primoroso, te ayuda a ensanchar tus límites emocionales y espirituales. Hay que leer porque el mundo que nos rodea no es suficiente o puede ser mejor escrito. Para ponerle parches a nuestra inmensa ignorancia. Hay que leer para que cuando seamos viejos aún tengamos columnas de libros en la mesa de pendientes. Hay que leer porque, como dice mi maestro, nadie asalta a alguien que viene leyendo un libro. Leer, pues, más de 5.3 libros bellos al año.