El Circo Volador es un proyecto que entiende las inquietudes de los grupos y pandillas en la CDMX
Desde el principio de su carrera, el sociólogo Héctor Castillo Berthier siempre se preguntó cuál era el fin práctico de su profesión. Esta inquietud es, probablemente, la causa por la que él se ha involucrado por completo en los temas de estudio a los que se ha enfocado.
El primero de ellos, la basura en la ciudad, lo abordó a los 22 años, en 1977, durante una época en la que el reciclaje, la contaminación o el medio ambiente aún no eran considerados problemas sociales.
Para involucrarse en el tema, el investigador se convirtió en barrendero, machetero y pepenador durante tres años. Al finalizar su investigación, Héctor concluyó que el problema de la basura es “una radiografía perfecta del sistema político mexicano. Los acarreados, por ejemplo, no son gente del pueblo, sino agrupaciones donde los basureros tienen un papel fundamental”.
Después, se desempeñó como investigador de la UNAM, periodo en el que desde el Gobierno de la Ciudad se solicitó abordar el problema de las pandillas juveniles o “chavos banda”, quienes, al principio, se mataban entre sí y, posteriormente, atacaron a cuerpos policíacos cuando estos quisieron intervenir.
“Para empezar, hay un gran estigma alrededor de los chavos. Hay cerca de 2 millones de jóvenes que viven en condiciones de pobreza, de los cuales no todos son delincuentes, aunque sí existen las condiciones para integrarlos en un contexto de violencia social”.
En 1988, Héctor entró en contacto con ellos a través de la gente de la basura. “Yo tocaba en Arpía, con Cecilia Toussaint, y me acerqué como un músico que iba a platicar con ellos sobre la familia, los salarios o los apañones. Al empezar a trabajar con pandillas descubrimos que era necesario un mecanismo de contacto, el cual se logró a través de la música que ellos tenían y ninguna estación de radio transmitía. Logré, como parte del trabajo de investigación, que nos prestaran Stereo Joven 105.7, donde pudimos hacer un programa llamado Sólo para bandas, en el que las pandillas podían contar lo que pasaba en sus territorios”.
“Yo trabajaba con un grupo de chavos con los que viajaba en una combi, buscando pandillas. De alguna forma, nosotros también éramos una: conmigo iban el Pulga, el Perro, el Caballo. Eran sus apodos y un día decidimos bautizarnos como el Circo Volador. Empezamos a ir a las calles y trabajar con los chavos durante cuatro años y medio”.
“Haciendo fanzines, murales de graffiti o tocadas, potenciamos sus habilidades. Así, nuestra convocatoria fue cada vez más grande y llegamos a juntar hasta tres mil jóvenes”.
“Para no convertirnos en un problema de Seguridad Pública, en 1994 el Gobierno nos prestó las instalaciones del cine Francisco Villa, el cual estuvo abandonado durante más de una década. Tres años después nació el Circo como un espacio para que los chavos de las zonas populares pudieran encontrar una educación o un trabajo útil, como si se tratara de una especie de herramienta de cohesión social que los empoderaba con ellos mismos y su comunidad”.
Fotos: Cortesía