Su construcción fue polémica por la lanísima que costó y porque, de todas las cosas que necesitaba el municipio de Chimalhuacán —uno de los más pobres del Estado de México-, una escultura gigante diseñada por Sebastián no estaba precisamente en el top 10. Pero ya que el Guerrero Chimalli está ahí… pues hay que aprender a quererlo, ¿no?
La verdad sí luce impresionante. Vas hacia Chimalhuacán y de pronto aparece la figura rojo brillante, que a lo lejos parece de juguete. Ya de cerca notas que mide 65 metros y que podría pelearse con Godzilla o Mazinger Z. ¡Uf! Es un absurdo total verlo erguido entre casitas de tabicón gris. Podría ser la escena de una película postapocalíptica o la maqueta de un urbanista en ácidos. Pero es tan real que puedes llegar en Mexibús.
¡Y se puede subir! Su brazo es un mirador que abrió hace apenas unos meses. La entrada cuesta 10 pesos. Hace un calor terrible y el aire se siente enrarecido por la falta de ventilación, pero la vista vale la pena, aunque te advierten que no seas desesperado ya que la subida es equivalente a unos 20 pisos. Además, durante la subida, hay información del municipio y la escultura, en donde te muestran una comparación en la que aseguran que es más alta que la Estatua de la Libertad, que bien paradita apenas llega a los 46 metros, y la Torre de Pisa, que tiene 56 metros.
Los chimalhuaquenses están contentos porque por primera vez el resto de los “áreametropolitanos” los ubica en el mapa. Además, con la obra monumental vino el acondicionamiento de una especie de parque, un espacio público con bancas, árboles ralitos y hasta un arroyo artificial (¡con peces de verdad!). En medio del camellón abrieron una tiendita que sirve café, botanas y bebidas refrescantes. También venden souvenirs: camisetas, llaveros y tazas con la imagen del Guerrero Chimalli. No son de la mejor calidad, pero este pocillo metálico con asa “tipo llavero” es original y práctico.