El Foto Museo Cuatro Caminos presenta Enrique Metinides. El hombre que vio demasiado, con el trabajo del fotógrafo de nota roja más prolífico y querido de México.
Al llegar a su departamento en San Pedro de los Pinos, lo primero que hace Enrique El Niño Metinides —con 82 años, suéter gris, pantalón de vestir y zapatos perfectamente boleados— es mostrarme su colección de cochecitos de rescate. Son más de tres mil ambulancias, patrullas y camiones de bomberos. Algunos los compró él, otros se los han traído del extranjero —él no viaja: le tiene pánico a los aviones porque, a los ochos años, unos gandallas lo colgaron de un sexto piso—. También tiene muñequitos de policías y delincuentes. Una de sus más recientes adquisiciones es una figura de Joaquín Guzmán Loera. “¿A poco no la querría tener el Chapo?”, dice, con su acento chilanguísimo.
El repertorio de juguetes es una especie de autohomenaje a su trayectoria, un eco del trabajo que hace más de 15 años dejó de hacer. Como fotógrafo de la sección policiaca de varias publicaciones, Metinides documentó tragedias defeñas entre los años cuarenta y noventa. Lo que siempre diferenció su trabajo del de sus colegas era que no se centraba en las tripas y “el mole”, sino que le gustaba captar la escena completa, con las hordas de mirones y hasta el heladero que se acercaba a vender. Cada foto suya cuenta una historia.
A Metinides lo apodan El Niño, no por su franqueza o su mirada inocente, sino por la edad a la que empezó a trabajar. A los nueve años su papá le regaló una cámara. Hacía tomas de monumentos, personajes y calles del Centro, pero sus favoritas eran las de choques y accidentes. Le recordaban a las películas de gánsters que tanto le gustaba ver.
Sus papás abrieron un restaurante en San Cosme, al que iban los oficiales de la delegación de policía cercana. Metinides les presumía sus fotos, así que lo llevaron a la estación. No sólo le die-ron chance de fotografiar criminales, sino que los pusieron a posar para él. En ese lugar vio a su primer muerto: un descabezado. Ahí se curó de espantos.
Un día estaba haciendo tomas de un accidente de tránsito cuando llegó un fotógrafo de La Prensa. Era Antonio Velázquez, el mero mero de la nota roja en aquel entonces. Se dio cuenta de que el pequeño Enrique tenía buen ojo y lo invitó al periódico. Al poco tiempo ya había fotos suyas en las primeras planas, ¡y sólo tenía 10 años!
Se iba de pinta para andar en las patrullas y las ambulancias. Cuando sus papás supieron, mandaban a su hermano mayor a que lo sacara de donde quiera que estuviera, pero él se regresaba. “Hice la primaria en ocho años por andar tomando fotos”. No acabó la secundaria porque ya había encontrado su vocación.
En sus primeras asignaciones lo mandaban mucho a la Cruz Roja. “Ahí tomé el curso de paramédico. ¡Cuando menos seis me deben la vida!”. Se involucró con ellos a tal punto que propuso que en las comunicaciones por radio se usaran claves, como la Policía Federal de Caminos. El sistema que él inventó se utiliza hasta la fecha. También era cuate de los bomberos y de los oficiales. Si ocurría un crimen en un domicilio particular, a él lo metían inventando que era el fotógrafo de la policía. “Entonces los de los otros periódicos me pedían que les tomara las fotos y yo entraba con 15 cámaras. Preguntaban ‘¿por qué tanta cámara?’ y los policías decían ‘es para el peritaje’”. Su relación con la justicia era tan cercana que fotografías suyas sirvieron para resolver casos. “Yo retrataba a la gente que estaba en un crimen y ahí está el respon- sable, siempre. Por eso el dicho de que el asesino vuelve a la escena”.
Cuando dormía con el radio de la policía arrullándolo, listo para salir corriendo a cubrir un incidente, Metinides tenía sueños premonitorios: veía un incendio o un choque que en unas horas se hacía realidad. Ahora esos pronósticos han sido sustituidos por recuerdos del pasado: “Luego sueño que tomo fotos que voy a revelar… ¡y que se publican! Sueño que voy en la ambulancia, que estoy en la Cruz Roja, que voy en el carro de bom-beros. Y me pongo bien triste, porque lo extraño”. Pero añade: “De todos modos ahorita ya no se podría trabajar como antes. La policía, los agentes de tránsito, el Ministerio Público, el procurador y los bomberos eran amigos del reportero, del fotógrafo. ¡Ahora todos son enemigos! No quieren que se entere la gente de que hay 40 muertos al día. Los policías nomás ven que alguien está tomando fotos y se le van encima como si fuera el asesino”.
En 1997, después de 50 años de trabajo, 19 accidentes, un infarto y miles de fotografías, Enrique Metinides fue despedido por los nuevos dueños del diario La Prensa. Sin embargo, al poco tiempo empezó a hacerse conocido entre otro tipo de público: el del mundo del arte. En 2001 tuvo su primera exposición individual en el MUCA de la UNAM, y luego sus fotos se exhibieron en ciudades como Londres, París, Nueva York y Berlín. Se han publicado cinco libros con su obra y próximamente se estrenará el documental El hombre que vio demasiado, de Trisha Ziff, quien también es autora del libro 101 tragedias de Enrique Metinides y curadora de la muestra homónima que se inaugura mañana en el Foto Museo Cuatro Caminos (Ingenieros Militares 77, Lomas de Sotelo), y por la que Metinides está nervioso y contento como El Niño que nunca ha dejado de ser.