Normalmente sólo lo vemos de lejitos, cuando vamos de aquí para allá en el Periférico, porque a menos que seas músico o vivas por el rumbo, no hay muchos motivos para visitar la colonia Ampliación Daniel Garza. Parte de su paisaje es “El piano del Periférico”, en un pedestal, como si estuviera a punto de despegar y salir volando.
Éste es el emblema de una compañía llamada Pianos y Órganos S.A. de C.V., que desde los años 60 vende, renta y repara pianos. Fue fundada por Manuel Vargas Cataño, un empresario que importaba llantas de Estados Unidos. Un día se enteró de que los gringos tiraban a la basura los pianos descompuestos (¡como si fueran sofás de Ikea!) y le pareció un desperdicio, así que empezó a traerlos a este lado de la frontera para arreglarlos y comercializarlos.
En México también se volvió cazador de pianos de segunda mano. Cada vez que se moría algún ricachón de la ciudad, corría al menaje de casa para ver qué estaban rematando. En estas ventas empezó a comprar no sólo instrumentos musicales, sino toda clase de objetos extraños. En poco tiempo, esa colección que exhibía en el edificio de la colonia Cuauhtémoc, donde vivía y tenía el negocio, se convirtió en un museo. Los compradores salían maravillados con sus historias.
Cuando Vargas Cataño murió, en 1985, su hijo Manuel Vargas Salazar tomó la estafeta del negocio. En el actual inmueble de General Méndez y Periférico tenía una tienda de materiales de construcción, pero lo desalojó para meterle música. Como la locación está un poco oculta y no es tan fácil dar con ella, mandó a hacer un enorme piano de metal que pudiera verse desde los lejanos alrededores. Ahí está desde 1990.
El piano ha estado pintado de varios colores. Una vez lo usaron para una pedida de mano, con el novio disfrazado de Spiderman trepado en él. A veces se aparecen borrachos pidiendo un tequila, porque creen que es pianobar. Y aunque sí se han llevado las luces que lo iluminan por las noches, nadie se lo ha robado. No, hasta la fecha no ha salido volando.