Es 1959, año enmarcado en el llamado “milagro mexicano”, en algún bar de la ciudad, Angélique, una cantante mulata de origen francés, ofrece un concierto de música moderna. Édith Piaf, George Gershwin y canciones tradicionales mexicanas acompañan su espectáculo de jazz y cabaret.
Su voz revela la ironía de su propia existencia: Angélique tuvo dos abuelas, una fue espía de guerra y la otra esclava; y tiene raíces americanas, africanas y europeas. A través de las distintas canciones, la mulata también expone su experiencia e impresiones al llegar a nuestro país: los hombres, la manera como mentimos, los prejuicios y el racismo latente en una sociedad que ha escondido por siglos a la comunidad afrodescendiente.
Un costeño que defiende que en este país “no hay negros” y un vendedor de periódicos que no halla las palabras para explicar de qué trata la historieta de Memín Pinguín sin ofenderla son algunos de los personajes que revelan los rasgos más absurdos de nuestra cultura y que Angélique confronta con peculiar encanto y atrevimiento.
“Dolorosamente pertinente”, así describió la obra Eduardo Castañeda, su autor y director. Frase acertada si se piensa en la extensión de la xenofobia, la discriminación y en la amenaza naranja y totalmente intransigente que tenemos encima de nosotros.
Protagonizada por la actriz y cantante Muriel Ricard, quien tiene una potencia escénica excepcional, y con la música de Geo Enríquez (piano); Alonso López (contrabajo) y David Iracheta (batería); Angélique es un espectáculo musical que, además de disfrutarse, hace reflexionar sobre la sociedad y sus contradicciones. ¿Realmente “avanzamos” como especie o sólo fue un espejismo que ocultó por un breve momento el racismo que siempre ha existido?