Todavía hace unos años, nuestros padres solían decir que el Distrito Federal era una ciudad tan contradictoria que no debía extrañarnos que en una misma cuadra los polos se tocaran. Me temo que los actuales y supuestos extremos capitalinos forman más bien un muégano de sinrazón y estupidez.
Me gusta imaginar que Paseo de la Reforma es una avenida que construyó el amor. El amor de un emperador invasor y su esposa posteriormente inmortalizada por nuestro mejor escritor vivo. El domingo pasado, 24 del 4, un evento histórico atravesó por dicha calle. Fue el sol reflejado en mil espejos. Una marcha de mujeres rabiosas cuyo total de mensajes, escritos en pancartas o en el cuerpo, estaba en lo correcto. La violencia contra las mujeres debe dejar de existir en todas sus formas y niveles. Así de rotundo y claro. Los que no estén de acuerdo se quedarán atascados en el pasado primitivo, como las ratas en las trampas con pegamento. La igualdad de géneros es la única forma de pertenecer correctamente al siglo que nos han encargado.
Es de una estupidez mayúscula que el mismo día en la plancha del Centro Histórico se desarrollara un extenso concierto de reggaetón. Género musical burdo cuyas letras, al menos mayormente, cantan y cuentan sobre la violencia sexual hacia la mujer. Me sobrepasa el hecho de que no se haya cancelado el evento. ¿Por qué y quién no lo canceló, maldita sea?
Hace unas semanas en mi participación en este medio traté de defender, alegando que era una pieza de ficción, la existencia del video de Gerardo Ortiz donde se mata a una mujer. Hoy, después de lo visto, leído y escuchado, estoy en recogimiento, tratando de replantearme cosas y asumiendo culpas. ¿Los polos se tocan? Ya no. Igualdad, todos y todas.
Que haber programado un concierto de reggaetón el mismo día de la marcha en contra de las violencias machistas sea, en serio, el último abuso. O bien, que en breve agonicen en la trampa para ratas quienes se lo merecen.