Uno de los primeros lugares en el listado de acciones reprobables de la sociedad occidental –tal vez justo debajo del asesinato– está ocupado por la violación sexual. Acto aberrante como pocos, la violación acarrea, además de la violencia física ejercida sobre la víctima, un perene daño psicológico que resulta en el más completo trastorno de las rutinas y nociones de la persona abusada. Es por tanto entendible que ese fenómeno de extrema violencia, que lleva al cuerpo y a la mente a límites insoportables, haya sido leitmotiv de una gran cantidad de obras literarias, musicales y cinematográficas.
Paul Verhoeven, director muchas veces incomprendido que modificó y empujó en incontables ocasiones los límites de la violencia y el sexo en Hollywood, ha vuelto a la carga a sus 78 años con un filme que se aleja de esa brillante intelectualización de lo kitsch que lo hizo famoso en películas como Show Girls, Starship Troopers o Basic Instinct, para adentrarse en el pantanoso terreno de una “black comedy about rape“.
Inicialmente pensada para filmarse en Estados Unidos, la cinta de Verhoeven se topó con el pequeño problema de que ninguna actriz quería interpretar el rol protagónico de una mujer que, tras ser violada en la sala de su casa por un hombre enmascarado, decide seguir su vida como si nada hubiera pasado, incorporando la experiencia sexual como un detonante pasional que, lejos de motivar una venganza, la excita con las posibilidades sexuales de volver a encontrar al atacante.
Agotados los esfuerzos por buscar una actriz norteamericana dispuesta a filmar el peculiar guión de Elle –que no es mas que una adaptación de la novela Oh… del escritor francés Philippe Djian– Verhoeven encontró en la extraordinaria Isabelle Huppert a su compleja y descarnada musa: una mujer capaz de dar un potente giro al predecible desarrollo hollywoodense de la violación como catalizador de la venganza, y cuyo delicado entramado psicológico tiene más de una intersección con el de la protagonista de The Piano Teacher, interpretada también por Huppert quince años atrás.
Resulta por demás complicado encontrar elementos de comedia en una cinta tan profundamente incómoda como Elle, cuyo núcleo narrativo gira en torno a la desolación sexual de un cúmulo de personajes que buscan, de la forma más desesperada y neurótica posible, sentirse parte de un entorno social que los encumbra pero para el que son esencialmente irrelevantes. Es a partir del esbozo de esos tristísimos personajes que Verhoeven pone en movimiento todos los engranes de una maquinaria guionística diseñada para crear incomodidad en el espectador, a través de secuencias donde se ponen a prueba las relaciones familiares y amorosas desde brillantes pero dolorosos ataques verbales.
Impredecible e inteligente en las primeras tres cuartas partes de su metraje –los últimos veinte minutos son un insulso desastre– Elle es una experiencia notable a pesar de su irregularidad: una muestra del oficio de Verhoeven para mantener en pie una estructura narrativa predispuesta al colapso, mostrándose como un director pleno y en la cima de sus capacidades a pesar de sus 78 años, y componiendo en torno a un duelo de actuaciones memorable entre Huppert y Laurent Lafitte un demoledor relato sobre los mecanismos del deseo, el odio y el sentimiento de poder que deviene de sobreponerse a una tragedia, de controlarla, y de convertirla en una potente arma de dominación.