La exageración es un elogio al arte del teatro, sus entresijos, el redescubrimiento potente del hecho teatral como un arte efímero que se sucede en el aquí y el ahora para solo quedar en la memoria del público en cada función.
Mauricio Davison y María del Mar Náder son el viejo lobo de mar de las tablas y la jovencita recién egresada de la carrera de actuación que mantienen un tú a tú entre diatribas e ideas estéticas del sentido del arte, la utilidad del teatro, el derrumbe de las utopías, los gurús de antaño de la escena y los nuevos príncipes y princesas que ostentan su beca para ser llamados maestros.
Este viejo actor de Juan José Gurrola, Davison, se encuentra a solas con María, la asistente de dirección, ambos esperan a su director, pero ni éste ni nadie llegan al ensayo.
Comienza entonces una historia, la historia del gran actor que es y ha sido Davison, contra la novel aspirante que ante la falta de un trabajo de actriz más ¿estable?, debe conformarse con “solo ver y oír de los demás”.
Hay un alto voltaje en el trabajo de los actores, escuchar a Mauricio Davison es una delicia al igual que a su compañera de escena, Náder, quien no desmerece ante el roble actoral del primero y su hecatombe de anécdotas
El texto de Olguín, plagado de referencias a El hacedor de teatro de Bernhard (una de las últimas obras que hiciera Davison con Gurrola), Miscats de Salvador Elizondo, así como La gaviota y El jardín de los cerezos de Chéjov, guiños a Shakespeare, Goethe y Müller, van urdiendo una puesta en escena entrañable, llena de humanidad y verdad escénica.
Los temas se multiplican en la obra de Olguín, pues lo mismo se encuentra la precariedad laboral de los trabajadores escénicos, como los acosos sexuales escolares, el ansia de ser y pertenecer a un sistema de producción y proyección artísticos, la banalidad del mainstream, entre más.
El trazo escénico de La exageración es limpísimo, con interpretaciones contundentes, sólidas, que se agradecen ante los varios descuidos en el oficio del actor hoy en día.
Los elementos que utiliza Gabriel Pascal para construir ese espacio en lo que fuera el sótano del Teatro El Milagro son mínimos, apenas unas tablas de madera para cimbra, recicladas de La belleza, una mesa, silla; y provee al espacio de gradas, que están delante del público como un espejo para reproducir el lugar de ensayos del teatro.
La iluminación, apenas sugerida, devela/revela la desnudez del escenario. Son elementos básicos muy bien aprovechados: tablas, tablas y dos actores convencidos, generosos en su entrega, no se precisa más.
La exageración estará en temporada todos los lunes y hasta el 17 de diciembre en el Teatro El Milagro (Milán 24, Col. Juárez).