Emiliano Monge: la naturaleza del horror

Las tierras arrasadas explora, a través de la historia de un grupo de traficantes de migrantes en el sureste de México, el fenómeno de la migración (particularmente en nuestro país) que ha producido lo que Emiliano Monge ha denominado “el holocausto del siglo XXI”

P.- Primero quiero preguntarte acerca del origen de la novela. ¿Cómo es que decides sumergirte en una odisea semejante y cómo fue el proceso de
investigación?

R.- El origen de esta novela es extraño. Y digo extraño porque me metí en ésta antes de hacerlo. Cuando me di cuenta, estaba perdido en la investigación y en la escritura.

Originalmente, sería una obra de teatro. Me la habían encargado y yo había puesto como única condición que fuera sobre migrantes, pues siempre me ha parecido un tema fundamental. Más allá de ser parte de la historia de la especie, las formas que toma hoy la migración se pueden estudiar como el mayor síntoma de esa enfermedad que es el neoliberalismo: no hay una sola frontera entre el primer y el tercer mundo donde no esté sucediendo una crisis humanitaria atroz, como tampoco hay un solo barrio de migrantes (en cualquier ciudad del planeta) donde las carencias no sean la norma.

Lo que no sabía era que estaba a punto de convertir el tema de la migración en una obsesión. Y que al convertirlo en obsesión mandaría a la mierda la obra de teatro y la novela que por entonces estaba empezando (sobre tres generaciones de sinaloenses… ¡qué pinche pereza!). De golpe supe que no quería abordar un tema que se había vuelto absoluto desde un lugar que desconocía casi absolutamente (la dramaturgia) y con unas herramientas con las que no me sentía escritor: para mí, la única manera de contar la tragedia de los migrantes centroamericanos (sin quedarme a deber nada) era la novela.

Así que empecé a escribir Las tierras arrasadas desde un lugar en el que nunca había estado: con una investigación a cuestas (más que investigación, lo que había hecho y lo que hice después fue levantar y, sobre todo, leer cientos de testimonios de migrantes, recogidos por diversas organizaciones, asociaciones y organismos de derechos humanos) y con las herencias de otra disciplina artística. Por eso, por ejemplo, la novela “hereda” esa suerte de coros, similares a los de la tragedia griega, que son los fragmentos textuales de los testimonios. Y por eso también es mucho más “coral”, si cabe la palabra, que los demás libros que he escrito.

Por supuesto, estas herencias y esta investigación también fueron mi mayor problema, sobre todo a partir del punto en el que acepté que estaba obsesionado y metido de lleno en una novela. Y es que la obra de teatro me permitía (o eso creía yo) contar una sola historia, que además fuera real. Pero la novela no (o de eso me convencí yo). Por asuntos de cercanía, veracidad y universalidad, Las tierras arrasadas no podía contar una sola historia ni podía referir hechos reales. No podía aspirar a exponer ante un espectador una verdad, sino a construir junto con un lector una verosimilitud.

Tuve que olvidarme de la historia central que había elegido para la obra (la de una pareja de hondureños) y quedarme con todas las historias que en esa obra serían periféricas pero que en la novela tendrían que ser centrales, por ser ficticias. O por no ser sino por parecer. Y tuve entonces, también, que tratar de olvidar todo aquello que había de singular en lo que había escuchado o leído en los testimonios, para quedarme únicamente con lo que había de plural en estos. Convertir, pues, la experiencia en sensación. Lo que es curioso, además, porque quizá sea la mejor distinción que se pueda hacer del hecho escénico y la lectura.

P.- La novela está cargada de simbolismos, elementos alegóricos y contiene diversos niveles de lectura. Uno de ellos es la elección que hiciste para los nombres de algunos personajes (Epitafio, Cementeria, Sepelio, Mausoleo, Merolico, etcétera), ¿por qué elegiste esta ruta para nombrar a los personajes?

R.- Los nombres de los personajes llegaron de manera bastante natural, por lo menos el primero: Epitafio. En algún momento de la escritura este nombre apareció y se impuso de golpe. Estaba trabajando en la escena en la que este personaje obliga a un migrante a mirar cómo son golpeados los demás hombres y mujeres con los que viaja y me agarró la cabeza. Desde entonces no podía ser más que Epitafio. Luego vino Estela, de manera también instantánea. Y entonces sí, la posibilidad de la carga simbólica, que tan bien señalas. Aparecieron, poco a poco, Sepelio, Mausoleo, Osamenta, el padre Nicho. Para todos los secuestradores, quienes en la novela son los encargados de despreciar primariamente la vida, nombres relacionados con el hecho funerario.

P.- Otro de los personajes centrales de la novela es el territorio. El lector se pasea por tierras que seguramente nunca conocerá más que a través de la atmósfera de Las tierras arrasadas. ¿Cómo se gestó la construcción de este territorio que es a la vez aquel en donde miles de migrantes son esclavizados, violados, torturados y también un universo que existe sólo al interior de tu libro?

R.- Las tierras arrasadas es una novela que a pesar de ser sobre un secuestro sucede en el afuera. Por un lado, esto también es consecuencia de que empezara siendo una obra de teatro, pues me quise alejar tanto del encierro del escenario que me salí al paisaje y me perdí. Pero por el otro lado, al perderme me encontré encantado y me di cuenta de que necesitaba que la novela se convirtiera en una historia de las tierras y no sólo de los seres arrasados. Una novela que, además de la asfixia de las cuerdas y las bolsas y las cadenas y los candados, tuviera el desahogo de las planicies y del vacío de una quebrada. Ante el encierro de los seres humanos, la libertad de los animales. Frente a la electricidad, la profundidad de la noche. Alrededor de los vehículos, el aire que los invade cuando alguien baja el vidrio de una ventana.