Desde que en los ochenta y noventa pasaban manga y animé en la tele, parte de nuestra dieta de cultura pop viene de Japón. Ahora, los minimillennials usan sus conexiones a internet para consumir todas las locuras y excentricidades que se producen por allá. Se saben de memoria los códigos y algunos hasta hablan el idioma, y no han necesitado comprar un boleto de avión para explorar virtualmente los rincones más excéntricos de Tokio.
Por eso, en México se ha replicado el modelo de los maid cafés: establecimientos donde mujeres jóvenes y bellas, emperifolladas con vestidos de mucama francesa y muchos moñitos, “consienten” (de forma no sexual) a los clientes. Si vas, una chava te atenderá personalmente, te hablará bonito con voz tipluda, te sonreirá hasta que le duelan los músculos faciales, hará dibujitos con cátsup o jarabe de chocolate sobre tus alimentos y fingirá que le caes muy bien.
Van hombres y mujeres por igual, casi todos en plan amigable, pero no faltan los bugas calenturientos que se quieren pasar de lanza con las chicas, a pesar de que el reglamento es muy claro: no se vale acosar, tocar, tomar fotos sin permiso ni dar regalos.
Aunque no es el único en la ciudad, el House Maid Café (Insurgentes Sur 453, Condesa) es el que tiene más estabilidad y por más tiempo ha sobrevivido. Aquí no hay servicios como los que ofrecen en Japón (por ejemplo, limpiarte las orejas –WTF– o darte un masaje de pies), pero sí hay bailes, juegos y karaoke. La conexión con Tokio es tan fuerte que hasta tienen un reloj que muestra la hora de allá.
Todo el rollo de las maids medio es para que Conapred llegue a regañarlos, pero al mismo tiempo es un fenómeno cultural muy interesante, sobre todo cuando ocurre en Metro Chilpancingo o en Eje Central, a 10 mil kilómetros de Akihabara. Por cierto, a pesar de que no es la chamba mejor pagada ni la que ofrece mayores oportunidades de crecimiento, decenas de chicas japonófilas enloquecen cada vez que hay una convocatoria para formar parte del equipo.
Foto: Lulú Urdapilleta