El tráfico de personas sigue siendo un problema grave en nuestro país. Así lo reflejan las estadísticas —que lo ubican como uno de los más importantes luego del tráfico de armas y el de drogas— y las diferentes propuestas artísticas que lo han abordado. Películas recientes como Las elegidas, de David Pablos, admiten que hay que buscar nuevas formas de acercarse a un tema que ya ha sido tan explorado. En el teatro, Handel, de Diego Álvarez Robledo, propone también un punto de vista distinto: el humano. Y así, sin reflexiones moralistas ni falsas pretensiones de denuncia social, la obra nos sumerge en un mundo violento y descarnado en el que, no obstante, es posible hallar algo de belleza.
Lukja, Carlos y Mariano son tres personajes inmersos en este submundo para el que las personas sólo son un trozo de carne o un fajo de billetes. Ella es de Polonia y —cuando su madre la corrió de casa antes de los 14 años— tuvo pocas alternativas para sobrevivir: un trabajo miserable y una propuesta engañosa de amor la llevaron hasta la prostitución. ¿Lo cambiaría? “No sé hacer otra cosa”, contesta ella. Carlos es un brasileño encerrado en el cuerpo de una mujer. Su sueño es cambiarse de sexo y un influyente político podría ayudarle, aunque quizá tenga que pagar las consecuencias. Mariano es un hombre enfermo de cáncer de próstata en etapa terminal al que le quedan pocos días de vida. Cuando está al borde del suicidio, conoce a Estrella, una menor de edad que proviene de Tenancingo, Tlaxcala, una de las cunas del tráfico de personas.
La historia de estos tres personajes se entreteje en una propuesta ágil y fluida que devela los sueños, contradicciones y anhelos de cada uno de ellos. Es destacable la dirección de Luis Eduardo Yee y, sobre todo, las actuaciones de Sofía Sylwin, Miguel Romero y Pablo Marín, quienes se desdoblan en múltiples personajes —con distintos acentos, edades y matices— de manera precisa. Un trabajo valioso que descubre la belleza en un mundo inhumano.