Foto: Cortesía

13 de diciembre 2024
Por: Xally Miranda

Camino hasta los nacimientos navideños chilangos

Diminutos, enormes, tradicionales, modernos y hasta un poquito romperreglas: así son los nacimientos navideños chilangos, que con los siglos han cambiado, y al mismo tiempo no

Tengo puesto un nacimiento en un rincón de mi casa, con pastores y pastoras, y un ternurín en la montaña… Sí, lo sabemos, en esta representación bíblica no debería haber uno de estos populares muñecos de colección, pero si te echas un clavado en redes sociales, podrás encontrar representaciones con puros ternurines o hasta con otras ideas anacrónicas. ¿Y eso es malo?

Cuando mi abuelita ponía el suyo, de repente aparecía en él una figura proveniente de alguna maqueta escolar o una rota “pero que todavía aguanta”. Lo importante era que nunca faltaran las presencias obligatorias:

María, José, los Reyes Magos, el Ángel, un buey, un burro y un bebé que simbolizara a Jesús (a veces ausente hasta que llegara el 25 de diciembre). Ya los pastores y demás animales eran accesorios, y ella les armaba un escenario a lo grande con un río, zonas de pastoreo y el establo.

Los nacimientos navideños (también belenes o pesebres) han evolucionado con los años, y al mismo tiempo no. Como tradición católica, han trascendido la religión, aunque también es más probable encontrar uno en una iglesia que en varios hogares actuales.

Hay de todos los tamaños, números de figuras, materiales, estéticas y técnicas. Son un punto de encuentro entre la creatividad, lo espiritual, lo artesanal y lo simbólico de cada comunidad o lugar.

Su creación se le atribuye a san Francisco de Asís, quien en 1223 montó la escena dentro de una cueva con animales vivos y un pesebre lleno de heno.

Sin embargo, artículos como “Lo que los nacimientos nos dicen sobre la evolución del cristianismo” de la Revista Smithsonian precisan que antes del siglo XIII ya existían imágenes de la Natividad y la Epifanía en mosaicos, pinturas y esculturas de catacumbas romanas y templos cristianos de hasta unos 900 años atrás.

Al suceso principal poco a poco se le fueron añadiendo más personajes y escenarios. El belén del santo italiano Cayetano de Thiene (de 1530 aproximadamente) fue uno de los impulsores de la nueva tendencia: incluyó figuras de napolitanos de la época y paisajes artificiales del campo y las colinas recreados con papel maché.

En palabras de la historiadora de arte Kristen Streahle, esta mezcla de historia bíblica y la realidad fue una manera en que las personas pudieron verse reflejadas ahí. 

Sirva lo anterior para inferir por qué la gente, sea cual sea el país o año en que nos ubiquemos, añade en los nacimientos motivos que les representen. Así que con la llegada de estas representaciones a nuestro territorio a través de la evangelización derivada de la conquista española, cómo no llegarían a reflejarse nuestros antepasados indígenas e incluso nuestro presente en esta tradición decembrina.

Vamos, chilangxs, a Belén

Se podría pensar que cuando esta ciudad monstruo no consumía nuestro tiempo ni espacio como lo hace hoy en día, las familias chilangas tenían más libertad para montar nacimientos navideños a su gusto. Pues sí y no. Como siempre, depende del presupuesto y del entusiasmo.

Relatos retomados por México Desconocido en “Los nacimientos navideños de México” destacan uno de 1840 sobre una familia acomodada de la capital del país que tenía uno “muy bonito”, en la opinión de madame Calderón de la Barca; su descripción señala que se extendía por todo un cuarto en el que se desplegaron pasajes del Nuevo Testamento sobre plataformas con musgo, figuras de cera y elementos como árboles, pequeñas fuentes, rebaños y un pesebre, todo acompañado de flores y guirnaldas.

Y otra narración de la misma época, del escritor y abogado Manuel Ramírez Aparicio, cuenta que en el Convento de la Encarnación, cuya edificación sigue en pie en el Centro Histórico, se desplegaba un “curso de historia sagrada” desarrollado por medio de muñecos de barro y cera extendidos en una superficie plana de “algunos metros”.

Pero desde antes, en el Virreinato, ya existían varios modelos según el hogar novohispano, fuera de peninsulares, criollos o indígenas. Un texto de Graciela Romandía para Artes de México menciona que las representaciones de la Sagrada Familia contaban con pastores y rebaños de borregos, además de ser celebrados con música y poesía.

Las figuras más antiguas, hechas de barro cocido en el Estado de México y ataviadas al estilo español, datan de finales del siglo XVI y principios del siguiente.

Más luz al respecto dan exposiciones anuales como “Nacimientos. Arte y tradición” en el Palacio de Iturbide (Centro Histórico), que tienen su foco puesto en las diferentes artesanías que provienen de distintos estados de la república con estilos a veces muy propios de cada comunidad.

Esta ha revelado también que las familias mejor posicionadas durante la época de la Colonia llegaban a darse el lujo de tener piezas de marfil, incrustaciones de concha nácar, plata o más materiales preciosos.

Lo cierto es que en la actual CDMX se pueden encontrar diferentes nacimientos tanto dentro como fuera de los hogares y lugares públicos. De vista, la mayoría lucen tradicionales, con figuras del tamaño de muñecas o más diminutas, hechas de todo tipo de materiales aunque aún predominan los frágiles, pero con su establo y pesebre como común denominador. Sin embargo, no faltan la variedad de estilos, así como los grandes ya sea en extensión o de esculturas.

Uno de los más populares, el de Eje 5 Sur, lleva casi 60 años siendo una atracción de la temporada a lo largo del patio de la casa de la familia Ontiveros. Aunque luce ligeramente más austero que en ocasiones anteriores, es inevitable perderse entre sus detalles, con un desierto enorme, un cielo montado con lonas, edificios de unicel, caminos con borreguitos por doquier y un poblado que muestra su rica siembra.

Desde el ámbito privado, la cosa varía. Los nopales, por ejemplo, se han colado en muchos nacimientos mexicanos y ni siquiera son parte de la flora de Oriente. También, y como le pasó a mi abuelita, llegan extraños juguetes al encuentro con el Niño Dios.

Dentro y fuera de la ciudad, es común encontrar figuras mexicanizadas con rasgos indígenas, vestimentas que remiten al país e incluso oficios que son más de aquí; pero también caras más modernas que corresponden a estilos actuales de escultura de porcelana y migajón.

Quizá la tradición de poner nacimiento venga de generación en generación, como en el caso de Alma Muciño, habitante de Cuajimalpa, que bajo su árbol pone una cama de musgo con pequeñas figuras tradicionales al lado de nopales, porque así lo vio siempre, y el Coyote de los Looney Tunes, porque “lo vio solito”.

O también puede venir de una conexión especial que se sintió. Georgina Ariza, que reside en Tlalpan, dice no haberlo aprendido de su familia, sino que simplemente se enamoró de ellos. “No lo hago por lo católico, para mí tiene un significado más espiritual”, señala. Tiene más de 20 años poniendo su nacimiento en casa, aunque no tenga un gran espacio.

Este año cuenta con hasta dos (uno se lo regaló su hermano) y calcula que el gasto fue de entre $1,000 y $1,200, aunque no compra musgo ni heno porque tiene una cama de aserrín que reutiliza cada año. 

La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) lo ha indicado varias veces: se debe evitar la compra de musgo y heno, cuya venta hasta puede ser ilegal, porque son recursos clave para la conservación del suelo y su recuperación en el ambiente no se da tan rápido como su ritmo de extracción. Algo con lo cual no se ha logrado romper. La venta sigue activa en mercados como el de Jamaica o Portales.

La verdad es que no existe una forma correcta de poner el escenario de la Natividad. Como lo recuperó Julio Glockner en su reseña “El arte tradicional del nacimiento”, se trata más de un acto de alegría. Pone el antropólogo y escritor como muestra los casos de Carlos Pellicer y Elena Poniatowska. 

Por un lado, el poeta amaba tanto la tradición que, además de crear los versos de “Cosillas para el Nacimiento”, en su casa de Lomas de Chapultepec abría las puertas del suyo al público en general; lo hizo desde 1957 hasta su muerte. Proceso destaca que era como una obra de arte en la que sus paisajes y figuras nunca se repetían.

En cambio, el de la escritora es descrito como poco ortodoxo. Ella misma contó que ninguna de sus figuras correspondía al personaje, teniendo a un Santo Niño de Atocha como Niño Dios en el pesebre, a san Caralampio de José y ositos de peluche en sustitución de los animales principales en algún momento.

Ya lo diría Glockner: “Esto puede parecer una herejía, pero más bien es una buena lección para utilizar con cierta libertad las advocaciones divinas”. Y sí, los nacimientos chilangos pueden ser fieles o no a la religión, pero el punto es que son otro escaparate para colar la historia y el ingenio en una interesante tradición. 

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