Las personas que no pueden caminar deben sortear desde vagones inaccesibles hasta elevadores descompuestos
Por Edgar Segura*
“Tenemos miedo de bajarnos y que se nos vaya a cerrar la puerta”, dice Paulo Silva, un chico en silla de ruedas, desde el interior de un vagón de la Línea 2 del Metro de la CDMX. Momentos antes, cuando abordó el tren asistido por dos personas que lo acompañaban, las puertas se cerraron sin que pudiera entrar por completo y prensaron su silla.
“No es como que nos hayamos tardado”, dice. Y en efecto: tuvo menos de 10 segundos para subir al tren. Además de que el tiempo fue insuficiente, el vagón estaba más alto que el andén, por lo que prácticamente se convirtió en un escalón que le hizo imposible entrar por cuenta propia.
Lo aterrador que este momento fue para Paulo únicamente es entendible poniendo en contexto su condición: “Yo tengo una condición que se llama osteogénesis imperfecta, que también se le conoce como huesos de cristal. Si me caigo, me rompo. No puedo arriesgarme a una caída o a un accidente, porque me fracturo”.
Este activista por los derechos de las personas con discapacidad denuncia que moverse en silla de ruedas por el espacio público es todo un reto. Originario de Guadalajara, Jalisco, Paulo se dedica a recorrer la ciudad tapatía y revisar la accesibilidad de distintos espacios.
Aprovechando que visitó la CDMX, Chilango realizó un recorrido con él a bordo del Metro. El objetivo era conocer los retos que enfrenta una persona en silla de ruedas para moverse en el principal sistema de transporte público de la capital. Esto es lo que encontramos.
Vagones inaccesibles y elevadores descompuestos
El recorrido inició en la estación Mixcoac de la Línea 12 del Metro, la más cercana al alojamiento de Paulo. El objetivo era llegar al Zócalo capitalino, uno de los espacios turísticos más visitados de la ciudad.
Empezamos alrededor de las 11:30 horas, un horario de baja afluencia. Para ingresar a la estación, Paulo usó un elevador situado al exterior, a nivel de calle. Luego, en la zona de torniquetes, un policía le dio el acceso: para las personas con discapacidad, la entrada al Metro es gratuita. Tomó un segundo elevador para bajar a los andenes, donde empezó a encontrar obstáculos.
En la Línea 12 del Metro la separación entre los andenes y los vagones es demasiado amplia. Si Paulo hubiera intentado entrar por su propia cuenta, las ruedas de la silla se habrían atorado. Fue necesario cargarlo para ingresar al tren. Dentro del vagón había un espacio especial para silla de ruedas, así como un cinturón que permite sujetar la silla y evitar que se deslice.
Al llegar a la estación Ermita fue necesario repetir la operación para salir del convoy: cargar a Paulo para librar la brecha entre el vagón y el andén y usar dos elevadores para llegar al largo pasillo que conecta la Línea 12 con la 2.
El uso de los elevadores tampoco estuvo exento de complicaciones. Debido a las vallas colocadas en el pasillo del transbordo, Paulo tuvo que dar largas vueltas para llegar hasta las puertas. Además, no todos los elevadores funcionan. En la estación Zócalo, a la altura del andén, una valla de plástico color naranja impide el paso hacia el elevador, mientras que en el nivel superior, un letrero indica que el aparato “No funciona”.
Finalmente, tras la mala experiencia de quedar atrapado entre las puertas del convoy y requerir apoyo para subir y bajar de los trenes, Paulo llegó al Zócalo.
“Si yo quisiera moverme solo, no puedo”
El activista concluyó que las condiciones del Metro no garantizan el derecho a la movilidad de todas las personas, particularmente de las que usan silla de ruedas: “Me quedo pensando muchas cosas, como dónde queda mi independencia. Si yo quisiera moverme solo, no puedo porque, literalmente, hay que brincar el vagón”.
Sintió “rabia e impotencia” al no poder recorrer la ciudad por sí mismo: “El derecho a la movilidad es algo que debe ser garantizado y tristemente no lo es para todas las personas”, agregó.
Las cosas no son mejores afuera del Metro. Luego de llegar al Zócalo, acompañamos a Paulo hasta el Palacio de Bellas Artes, transitando por la principal calle peatonal de la CDMX: Madero. Ahí tuvo que sortear calles con baches, grietas y hasta obras que dificultaban su desplazamiento y vallas que lo obligaron a dar largos rodeos y subir por una rampa empinada y llena de surcos, diseñada para automóviles y no para sillas de ruedas.
Al finalizar su recorrido, Paulo concluyó que la movilidad es también un tema de privilegios. “Muchas personas tienen el privilegio de poder tener un automóvil o de poder moverse en taxis de plataforma. Pero muchas otras no tienen esa posibilidad y sólo pueden tomar el transporte público”. En su caso, reconoció que al moverse por la capital prefiere recurrir a los taxis de aplicación. “Lo que sea menos arriesgado para mí, es mejor”, comentó.
Ello es un ejemplo de la falta de igualdad en el derecho a la movilidad en México: “Tengo que pagar más para poder moverme”.
“Si el transporte público no es accesible, entonces ¿cómo las personas con discapacidad podemos llegar al trabajo, a estudiar o con nuestras familias?” – Paulo Silva, activista
*Texto adaptado para + Chilango