El auge del yoga en ciertas zonas urbanas obedece a procesos de geocentrificación y a una gentrificación estética que aleja a esta práctica espiritual de sus raíces
Por Cristina Salmerón*
“¿Alguien no habla inglés?”, dice el instructor de yoga. Hay silencio en este salón repleto de la Roma; lxs locales son minoría. “Ok, let’s do this”. Una voz con acento argentino ironiza: “¿La clase será en inglés? Pensé que estábamos en México”. Sigue una breve discusión sobre el idioma en que será la lección. Pero sí, esta clase es en inglés, así está anunciado en el calendario, y la mayoría de lxs asistentes son angloparlantes.
Una situación similar se repite en ConPausa, otro estudio en la Roma, donde Andie Johnson es maestra. “¿Alguien no entiende español?”, pregunta. “We don’t”, responde un alumno mientras señala a sus amigos. “Well, in this class we speak Spanish, so, follow me!”, dice Andie.
“Hasta enero de 2023, no existían clases en inglés en los estudios donde trabajo”, asegura Andie. “Desde la pandemia se abrieron clases para extranjeros, pero a nosotras no nos pagan más por dar clases en inglés”, explica.
Hay estudios en la Ciudad de México que incluso, comenta Andie, tienen más clases en inglés que en español. “He ido a clases de yoga en otros países y difícilmente dan la clase en español si no es la lengua natal”. Ella defiende el idioma, pero el mercado de wellness no siempre funciona así.
Anna Vanzani, fundadora de Atma Yoga, abrió su estudio en la calle Yucatán en 2021; en 2023 estrenó otra sede en Polanco. Da yoga, meditación, pranayama y certificaciones. Tiene alumnxs de Estados Unidos, por lo que desde que abrió hay clases en inglés. “Obedece a la calidez que tenemos en México. Mi socio y yo vivimos en el extranjero, y de esta manera damos reciprocidad para que esa gente que llega sin conocer a nadie se sienta como en casa”.
Tener clases de yoga en inglés también responde a un modelo de negocio: “Hay mucha gente (angloparlante) que quiere una clase en su idioma, pero lo advertimos desde el anuncio”, explica.
El yoga y la gentrificación
El yoga se originó en India y en sánscrito significa “unir”, “conectar”, el cuerpo con lo mental y lo espiritual. Tiene entre 7,000 y 12,000 años, pero en los 1960, el interés de Gran Bretaña por la cultura india hizo que se “modernizara”. Llegó a Estados Unidos y ahí se capitalizó.
La aparición de estudios de yoga, no sólo en México sino en diversos lugares del mundo, se ha vuelto signo de gentrificación porque a pesar de ser una disciplina en la que se trabaja lo espiritual y en la cual no se requiere un gran equipamiento (sólo tapete y ropa cómoda), ha detonado toda una industria de lujo.
“Aquí podemos hablar de una gentrificación estética: la apropiación y comercialización de ciertas partes de la práctica sin respetar ni comprender el significado y los orígenes culturales”, explica Srikandha Kandimalla, articulista de The New University, de la Universidad de California.
“Dentro del mundo fitness, yoga es de lo más caro, obedece a patrones de consumo de la clase media y alta. Hay mats que cuestan hasta 7,000 pesos, las marcas exclusivas de ropa para yoga son costosas”, explica Franco Avelar, maestro de yoga. Marcas como Alo, Lululemon, Liforme, dan fe de lo costoso que puede ser.
En Estados Unidos se ha afianzado la cultura de glamurizar el yoga, y con las nuevas migraciones esto está llegando a la CDMX. De acuerdo con un artículo en The Atlantic, titulado “Why your yoga class is so white? (Por qué tu clase de yoga es tan blanca)”, uno de cada 15 estadounidenses practican yoga, y cuatro quintas partes de este grupo son personas de piel blanca. De ahí que ver tantxs güerxs sea algo antes novedoso y ahora normalizado en estudios de yoga en la ciudad.
Dejando de lado los costos, Adrián Hernández Cordero, jefe del departamento de sociología de la UAM Iztapalapa, dice que lo que ocurre con estudios de yoga en zonas gentrificadas es similar a lo que se ve en otros comercios: “Mercados, pollerías, pescaderías, verdulerías empiezan a vender comida rápida pensada para los turistas”.
En México vemos la desaparición de comercios tradicionales, populares, y la aparición de cafés de especialidad, restaurantes de cierto perfil, estudios de yoga. “La clase media tiene una perspectiva de distinción con un capital para adquirir y que los hace diferente al resto”.
En esta época, entrarle a la cultura del bienestar cuesta. Ejercitar el cuerpo y calmar la mente es un privilegio al que no muchas personas pueden acceder. “La industria del bienestar occidental ha adoptado prácticas de las comunidades indígenas y las ha convertido en bienes de lujo comercializados. Las empresas de bienestar crean exclusividad y marginan a las mismas comunidades de las que se originaron estas prácticas”, señala Kandimalla en su texto.
El yoga es un ejemplo de ello y sirve como representación general de cómo la cultura occidental del bienestar es exclusiva, mercantilizada y, desgraciadamente, un símbolo de gentrificación.
+Datos
- Gentrificación estética: apropiación y comercialización de ciertas partes de una práctica sin respetar ni comprender su significado y orígenes culturales
- Cerca de $350 cuesta una clase de yoga en estudios con profesorxs certificadxs; una mensualidad, $3,500, y la anualidad puede llegar a $25,000
- Entre $80,000 y $90,000 cuestan las certificaciones para dar clases de yoga, de acuerdo con el maestro Franco Avelar
*Texto adaptado para + Chilango