Foto: Cortesía

10 de septiembre 2024
Por: Brenda Raya

¿Por qué nos inundamos a cada rato?

Para entender por qué la CDMX se inunda cada que llueve hay que retroceder cinco siglos, cuando la ciudad prehispánica se disoció de sus ríos y lagos

El 11 de agosto un microbús quedó varado en las vías del tren ligero Huipulco. Al querer evitar el tráfico por la lluvia, quiso tomar un atajo y la corriente lo arrastró hasta inmovilizarlo. La imagen puede ser cómica por su extravagancia, sin embargo, nos recuerda uno de los problemas con los que nuestra ciudad siempre ha lidiado: su constante lucha contra las inundaciones.

El fenómeno se atribuye al origen lacustre y a la naturaleza endorreica de su cuenca, es decir que no existe una salida natural hacía otros cuerpos externos de agua, aunque poco se habla del problema de gestión del recurso hídrico que comenzó con la Conquista española.

Lxs antiguxs habitantes del Valle de México desarrollaron sistemas de manejo de las aguas por medio de canales, diques, drenajes y chinampas. Es a partir de la colonia que inició otra época de gestión donde los ejes centrales fueron la desecación de sus lagos y la construcción de obras de desagüe.

La primera salida artificial (o primer sistema de drenaje conocido como el Tajo de Nochistongo) fue ideada por Enrico Martínez en 1607 y concluyó un siglo y medio después, en 1789. La enorme obra dio inicio al paradigma de expulsión de las aguas de la ciudad. Se trataba de canalizar las aguas del lago Cuautitlán al río Tula, hacia el Valle del Mezquital.

La obra demostró su insuficiencia pues entre 1629 y 1634 ocurrieron grandes inundaciones que dejaron muertes por epidemias y la destrucción de la ciudad, como lo narra el historiador Sergio Miranda Pacheco.

Durante el Porfiriato se inauguró el Gran Canal de Desagüe, considerado la magna obra del gobierno de Díaz que buscaba liberar de las continuas inundaciones a la capital, situación que nunca se concretó del todo.

Pronto la ciudad enfrentó un nuevo problema: su hundimiento veloz. Esto provocó que en 1951 se inundara nuevamente. Ese mismo año, el presidente Miguel Alemán planteó la creación de una Comisión Hidrológica del Valle de México que atendiera la crisis de las inundaciones recurrentes y el hundimiento del suelo; la comisión fue encabezada por Nabor Carrillo que al año siguiente ya contaba con un proyecto de obras que daba continuidad al propósito urbano, en plena efervescencia, de la consolidación de la gran metrópoli.

Para entender este período acudí a la opinión experta del ingeniero civil y doctor en antropología Dean Chahim, especialista en la problemática del drenaje en el Valle de México, quien explicó en entrevista: “A lo largo de los años 60 ya se planteaba cómo cerrar el ciclo hidrológico, es decir, dejar de enviar aguas al Valle del Mezquital para reutilizarlas o tratarlas. Si entonces ya sabían que era un paradigma fallido, ¿por qué seguir?

“Quiero destacar eso porque siempre ha habido otras opciones que los ingenieros impulsaban, pero que se confrontaban con los intereses de hacer crecer la ciudad. Para tratar el agua se necesita espacio y el espacio en un sistema como en el que estamos tiene un valor económico”.

No hay drenaje que alcance

La búsqueda de soluciones centradas en la expulsión del agua de la ciudad continuó. En 1967 inició la construcción del drenaje profundo consistente en grandes túneles que iban por debajo de la ciudad, con extensiones de obras que siguieron hasta los años 90.

También resultó insuficiente pues, aunque en principio sirvió para conducir las aguas pluviales, en 1992 empezó a conducir aguas negras del Gran Canal como resultado de su pérdida de nivel. Este sistema pronto quedó rebasado y se creó el Túnel Emisor Oriente, en 2008.

El manejo del drenaje es muy demandante pues sobre él se vierten residuos domésticos, industriales y el agua de lluvia. El crecimiento imparable de la metrópoli, que a su vez demanda abastecimiento de agua, produce el hundimiento cada vez más acelerado del suelo.

La ciudad seguirá viviendo inundaciones mientras continúe el paradigma de expulsión de las aguas sin contemplar el reúso y el tratamiento, así como la captación de agua de lluvia.

Otro aspecto a contemplar es el vínculo entre la Ciudad de México y el Estado de México, donde distintas instancias gubernamentales intervienen para que no se inunde la metrópoli, aunque no siempre tienen la coordinación que se supone deben tener.

Ante esto hay que imaginar lo que implica que la urbe expulse cada día 446 metros cúbicos por segundo hacia el río Tula. Chahim dejó clara su opinión: “En épocas de fuertes lluvias hay que intentar que no se inunde ningún lado, se tienen que tomar decisiones que no solo son técnicas, sino que también son políticas”.

Si bien, las inundaciones pueden responder al agua que busca el cauce de su pasado lacustre y al mal manejo de la basura y los residuos, Chahim aseguró que también se privilegia inundar unas zonas y otras no. E hizo una pregunta: “Si es un problema colectivo, ¿por qué no es un sufrimiento colectivo?”

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“[En los años 60] ya se planteaba dejar de enviar aguas al Valle del Mezquital para reutilizarlas o tratarlas. Si sabían que era un paradigma fallido, ¿por qué seguir?” – Dean Chahim, especialista en drenaje

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