Esta figura está legalmente reconocida en México, pero el que esté plasmada en papel no es suficiente para volverla viable
Por Brenda Raya
Nadie ignora que cada día es más difícil adquirir una vivienda. Abundan los memes sobre la tragedia de pertenecer a una generación que no tendrá posibilidad de adquirir una casa. Según la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción (CMIC), en el país hay un rezago que asciende a 10 millones de viviendas.
En este contexto, la presidenta Claudia Sheinbaum presentó el Programa de Vivienda y Regularización, que consiste en la construcción de un millón de viviendas y la entrega de un millón de escrituras en todo el país. Y aunque suena alentador, no es suficiente para atender la crisis actual.
Por fortuna, la compra o renta de una casa o departamento no son los únicos posibles arreglos de vivienda disponibles. Una opción poco explorada en México es la vivienda cooperativa, que no sólo ofrece una alternativa a los métodos tradicionales de adquirir una residencia sino que podría convertirse en una respuesta a la crisis habitacional actual.
Así como existen cooperativas de producción o de servicios, también existen las cooperativas de vivienda. Se trata de una forma de organización social en la que un grupo de personas se unen para ampliar sus posibilidades de financiamiento de una vivienda y reducir costos.
Estas deciden las características del proyecto, sus prioridades, sus espacios y sus reglas internas. Además, el espacio siempre será usado para vivienda, lo que evita procesos como la gentrificación, el aumento indiscriminado de precios o el acaparamiento del espacio.
Si bien no es la única solución, es una de las más potentes pues no sólo solventa el derecho a la vivienda, sino también es una forma de reforzar el tejido social, indica Marco Valdespino, integrante de la cooperativa Palo Alto, una de las más importantes en el país.
“No son la solución a todo el problema de vivienda, pero sí una de las formas más adecuadas para que la gente que no puede adquirir una vivienda por medio del Infonavit, o a través de un crédito, puedan comprar un terreno para edificar una vivienda digna.
Además, el modelo cooperativo te ayuda a crear tejido social, mediante el esfuerzo, las coincidencias, la ayuda mutua. A través del trabajo se genera tejido social y eso es muy importante en una sociedad que está resquebrajada”.
El artículo 92 de la Ley de Vivienda ampara esta forma de organización en México, el cual explica que “son sociedades cooperativas de vivienda aquéllas que se constituyan con objeto de construir, adquirir, arrendar, mejorar, mantener, administrar o financiar viviendas, o de producir, obtener o distribuir materiales básicos de construcción para sus socios”.
También están reguladas por La Ley General de Sociedades Cooperativas. Sin embargo, vale la pena preguntarse por qué si están plenamente reconocidas en la ley no existen muchos casos bajo este esquema. La respuesta parece estar en la dificultad de organizarse colectivamente.
Palo Alto, una historia ejemplar y de resistencia
Hay antecedentes de conformación de cooperativas de vivienda desde los años 20, casi siempre vinculadas a procesos sindicales. Sin embargo, es la cooperativa Palo Alto la que por su historia es reconocida como un gran ejemplo de organización social en la lucha por un bien común.
Ubicada en la alcaldía Cuajimalpa, en el polo financiero más importante de la ciudad, se encuentra rodeada de enormes corporativos. Uno de ellos es la torre Arcos Bosques, comúnmente conocida como “El Pantalón”, con sus 162 metros de altura que proyectan una sombra permanente sobre las calles.
Su historia data de 1935, cuando un grupo de familias de origen campesino, provenientes principalmente de Michoacán, habitaban el terreno donde había una mina cuyo dueño los empleaba a su vez que les cobraba renta por vivir ahí.
En 1972 se constituyeron como cooperativa tras una serie de procesos de negociación e incluso enfrentamientos, hasta que lograron adquirir formalmente los terrenos. Luego de años de trabajo colectivo, la cooperativa logró la edificación de más de 300 viviendas con dimensiones dignas y adecuadas para habitar, bajo el esquema de la propiedad social del suelo.
Actualmente vive un conflicto interno derivado del interés de un grupo de socios que buscan la individualización de la propiedad, tras años de acoso inmobiliario por parte de los corporativos de la zona que buscan adquirir ese suelo con alto valor monetario.
Los pendientes en la ley
Sobre los retos a los que se enfrenta el modelo cooperativista, Marco Valdespino apunta: “Lo difícil es que no hay políticas públicas adecuadas que faciliten el modelo; ante esto es de gran importancia reformular o rehacer leyes que permitan la creación, el desarrollo, pero sobretodo la conservación de las cooperativas de vivienda que ya existen.
Dentro de esta reformulación podríamos pedir la creación de los bancos de suelo o bancos de territorio, pues en las grandes ciudades el suelo que queda es para la construcción de grandes edificios”.
Es importante reconsiderar esta opción organizativa que, aunque no está exenta de conflictos, ha demostrado ser una posibilidad digna de acceso a la vivienda y que también otorga formación política. En palabras de Valdespino, “no se construyen casas, se construyen formas de vida. Aprendes a organizarte, aprendes a respetar diferentes puntos de vista y decides en pro de la mayoría para privilegiar el bienestar común”.
Las cooperativas también son una opción para grupos como los de la diversidad sexual, que enfrentan discriminación para acceder a una vivienda. En 2019 surgió en la CDMX la cooperativa Xochiquetzalli, la primera para garantizar el derecho a un hogar propio para las personas LGBTIQ+
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