Tumbada en una cama, la chilena Carmen Prado se recupera de una cirugía plástica. Está a punto de cumplir 64 años y, entre los dolores y la fiebre, su mente se escapa al pasado, a los años en que sus hijos eran pequeños, la época en la que llegó a Haití acompañando a su esposo, un diplomático danés.
Incómoda, cansada, llena de odio y resentimiento, se lanza en contra de todo aquel que se aparece en su memoria: su padre, sus hijos, su esposo, su hermana, incluso Elodie, la cocinera convertida en enfermera que la vigila durante su recuperación. El monólogo es largo e intenso, una secuencia de palabras que parecen disparadas por una ametralladora, pero no por ello pesado o aburrido.
Sueña con entregarse a los niños pobres de Puerto Príncipe. Ser devorada por una horda de pequeños hambrientos y calmar de una vez todas sus necesidades. Órganos, cicatrices, venas, todo convertido en un pastel de cumpleaños, el regalo ideal para aquellos que no tienen nada.
Afuera, el carnaval mantiene viva a la ciudad y ella insiste en soñar. Mientras duerme, tiene 18 años otra vez. Está en casa de sus tíos, en algún lugar del campo chileno. Sus padres la acaban de abandonar, como muchas otras veces, junto a sus hermanos. Sin mucho que hacer, decide montar un caballo. Todo va bien al principio, pero luego pierde el control y cae sobre una roca. La sangre se riega por todo el piso, hasta que ella por fin despierta.
“No le tengo miedo a la muerte. Tengo miedo por ti, por tus hermanos, por mis hermanos, pero no por mí. Yo no existo, yo no importo. Está bien que me maten si quieren los haitianos, está bien que me resuciten también, yo no peleo, yo no saco nada con ganar la pelea”, dice entre el delirio.
Milagro en Haití
Rafael Gumucio.
Literatura Random House. México, 2016. $239.