El escritor argentino Nicolás Cabral nos habló sobre Las moradas, su segundo libro, donde retrata los conflictos y obsesiones que viven sus personajes.
Un cuento es un universo, un espacio en donde todo puede ocurrir, tal como en cada uno de los relatos que componen el más reciente libro de Nicolás Cabral. Los textos de Las moradas no utilizan la misma forma de escritura, todos son distintos: sin puntuación, en forma de lista, como informe policiaco o con muy pocas comas.
Platícanos un poco sobre Las moradas.
Es un libro de relatos o prosas narrativas, como prefiero llamarles. Son nueve relatos que giran alrededor del lenguaje como espacio. Fueron escritos a lo largo de, aproximadamente, una década. Decidí llamar al libro como el primer cuento, “Las moradas”, porque son lugares habitados no necesariamente de manera cómoda por los personajes y porque permitía un juego con los epígrafes que incluí de Santa Teresa de Jesús y Jacques Lacan, que hablan sobre lo que podría ser una morada de palabras. Es un punto de entrada para el lector a partir de un tema de lo que es habitable.
¿Por qué cada relato de este libro está escrito con una forma narrativa distinta?
En realidad esa fue la razón por la que escribirlo tomó mucho tiempo. Mi idea fue que cada procedimiento de escritura era para usarse una sola vez, que cada relato implicara encontrar una forma de escribir, un tono, un lenguaje que lo hiciera distinto a los demás, a pesar de que todos tuvieran algo en común. Son relatos que están pensados como parte de un conjunto, aunque se pueden leer de manera aislada, la idea es formar una colección de textos que no solamente sean hechos a lo largo de un tiempo y luego reunidos arbitrariamente para formar un libro.
El relato “En la penumbra”, en el que hay unos seres encerrados y difíciles de distinguir, ¿es un caso donde la fórmula narrativa y el tema estuvieron asociados desde el principio?
Sí, porque esos sujetos que buscan y deambulan representan, de alguna manera, al lector para que encuentre en el texto lo que este puede llegar a significar para él, pero sin dárselo previamente codificado. No tengo una fórmula a la que le puedas aplicar cualquier trama, por decirlo de cierta forma, sino que parten de una imagen y hay que averiguar lo que existe alrededor de ella. En ese sentido, la estructura y la manera de escribir cada cuento tiene que ver con lo que esas imágenes implicaban para mí. Por eso, hay algunos cuentos sin comas, otros con muchas comas, otros sin puntuación… porque en realidad, más que decidir hacerlo de esa forma, tiene que ver con el tipo de voz que narra cada historia.
Cuéntanos sobre el relato “La pajarera”, donde un poeta está enjaulado.
Hay una historia real del final de la Segunda Guerra Mundial, con Pound que fue simpatizante del fascismo. Cuando él vivía en Italia, tenía unos programas radiales donde hablaba en contra de Estados Unidos y en ese momento hacer eso era considerado un delito, porque estaba apoyando al enemigo. El ejército estadounidense lo capturó y lo tuvo en un campo de prisioneros, donde lo encerró en una jaula. Lo tenían con un foco encendido las 24 horas, en unas condiciones que le causaron una crisis nerviosa tremenda. Lo que tomé fue la figura del poeta al que la historia lo coloca en una situación de encierro, en este caso bélica y política. No tiene que ver con que comparta simpatía política con él, sino con la idea del costo político para el poeta por sus ideas. Pero solo tomé la imagen del poeta encerrado, de ahí en adelante todo funciona como una pequeña obra de teatro con una jaula suspendida en un hangar con unos guardias medio cómicos. Es un juego entre lo cruel y lo estúpido de esa situación.
¿Qué tanto dirías que influye tu trabajo como editor en tu obra?
De mi labor como editor adquirí una exigencia tremenda hacia los textos, algo que siempre trato de aplicar en los míos, pero nunca hay que abusar de ello porque jamás se termina de tallerear. Hay que aprender a soltar los textos.
¿Consideras que la Ciudad de México está presente en tus textos?
Por supuesto, es algo inevitable, es la ciudad en la que vivo desde hace muchos años. Aunque no soy chilango, llevo bastante tiempo aquí y de alguna manera influye, tal como lo hace el entorno para cualquier escritor. Es donde está tu vida cotidiana y donde tomas experiencias y pones tu observación de manera constante. Ninguno de los escenarios de Las moradas es específicamente la Ciudad de México, pero tampoco es necesariamente algún otro lugar. Son espacios que tienen, probablemente, la influencia de tres lugares distintos en que he vivido o estado, pero las marcas de tiempo y lugar están borradas. También los nombres propios. La idea es que todo funcione de un modo más abstracto y que el lector lo aterrice en su propia experiencia de una manera que tenga que ver con él y no necesariamente conmigo.
(Fotos: Lulú Urdapilleta)