Fotografía: Lulú Urdapilleta

Estimular la participación y la inclusión desde la cultura

Ciudad

Esta semana, Eduardo Vázquez Martín (Ciudad de México, 1962), secretario de Cultura de la Ciudad de México desde 2014, entrega la estafeta a Alfonso Suárez del Real. A unos días de dejar el cargo, lo buscamos para que nos diera un diagnóstico de su gestión y de las políticas culturales como poderosas y necesarias herramientas para la transformación social.

La emergencia de las políticas culturales como herramientas necesarias para la transformación social viene gestándose de tiempo atrás. En el caso de México, ¿en qué momento se voltea a ver las políticas culturales como esas poderosas herramientas?

Pues yo creo que desde Justo Sierra. La idea de que la educación y la cultura son fundamentales para la construcción de la nación es un tema que en México tiene una reflexión de muchos años… El vasconcelismo, la promoción de la lectura, los muralistas educando a través de la pintura, las artes plásticas a la comunidad; el impulso que em- pieza con Gamio de decir “si seguimos tratando de reproducir el arte occidental no vamos a llegar a ningún lado, hay que dotarlo y llenarlo de raíces propias”, y eso desemboca en Diego, en Chávez, en Moncayo, en una transformación de la danza mexicana… México es un país de gran tradición de políticas públicas en materia cultural. Creo que hay que ponerse en esa dimensión y entender desde esa tradición todo lo que podemos hacer.

¿Podrías mencionar un caso emblemático del poder de transformación de las políticas culturales en la Ciudad de México de la historia reciente y uno que te haya tocado atestiguar desde tu gestión?

Bueno, por ejemplo, la relación que hay entre la transición democrática, los primeros gobiernos electos en la ciudad y el uso del espacio público como gran escenario cultural. La irrupción política, social, que venía gestándose desde el 88 tiene una manifestación cultural. Se transforma la ciudad, las calles, las plazas, en espacios, en el gran escenario de la cultura. Además, cuando eso pasa, el protagonista no es necesariamente el artista, sino los ciudadanos, todos. Si uno piensa, por ejemplo, en el último desfile de Día de Muertos, eran dos desfiles, o un desfile con varios capítulos: lo que pasaba en el corredor producido institucionalmente y lo que pasaba afuera. La gente se convirtió en catrina, la gente se convirtió en representante de esa cultura mestiza, y la renovó. Hay quien dice: “pero eso no es tradición”. Claro que no es tradicional, se inventó hace cuatro años, pero es una fiesta urbana, que tiene raíces profundísimas. Pero la tradición no es mirar para atrás solamente. Las tradiciones son poderosas cuando se recrean.

En términos de formación, educación, inclusión social, me parece que la experiencia de los Faros es una de las experiencias más importantes de estos últimos años. ¿Por qué? Porque se demostró que no solo está el camino de la educación formal. La formación, la educación formal, por sus requisitos encadenados, va desechando una cantidad de talento que ya no se puede incorporar. Entonces, cuando quitas esos candados, abres los espacios e invitas a todo mundo, talento nuevo se reincorpora y crea otras formas de interpretar las artes y las manifestaciones culturales. Esto no significa crítica o desmontaje de la educación formal, sino solo verla como un camino, no como el único camino de formación. Además, los Faros nos enseñaron otras cosas que nos sorprendieron. Que eran escuelas de formación cívica muy profunda, por ser un espacio de convivencia de lo diverso, de diálogo, de acuerdo, de gobernanza, de autogestión. Todo ese aprendizaje ha sido importantísimo. Y también ver cómo la cultura puede ser un instrumento de inclusión. Ese sistema educativo ha generado no egresados, sino colectivos, pequeñas empresas culturales; ha cumplido su función de fábrica, que no es generar gente con título, sino comunidades que tienen saberes, que comparten experiencias, que saben trabajar de manera conjunta, que saben decidir, que saben organizarse.

Me gustaría que hicieras un ejercicio panorámico y me contaras qué quedó pendiente de tu gestión.

Quedaron pendientes dos Faros: el Faro Cosmos y el Faro La Perulera, en la Pensil. Los tomamos a mitad de sexenio, y no los pudimos con- cluir, entre otras razones, por el sismo, pero queda un primer Faro de- dicado a las artes circenses que ya aprobó la jefa de Gobierno electa, lo cual es muy buena noticia. Me hubiera gustado poderlo echar andar más, pero el Faro La Perulera es importantísimo, porque está en una zona muy conflictiva, deprimida, con una economía frágil, sobre todo ligada a los servicios mecánicos, de automóvil, con un edificio patrimonial extraordinario de 1735, que puede detonar otra forma de pensar la Pensil y de recuperarla para sus habitantes, sus vecinos, sus comunidades. Eso queda pendiente. Y creo que la ciudad —nos lo propusimos y no se concretó— necesita otra gran sala de conciertos. El poniente carece de salas de conciertos. Ahí hay una tarea. Vimos posibilidades, trabajamos en ello. Al final, dejamos de la mejor manera posible la Silvestre Revueltas, pero creo que la ciudad necesita ese otro foro.