Hoy, el escritor israelí presenta Tuberías, su primer libro, publicado hace 25 años y reeditado por Sexto Piso. La cita es en la Cineteca Nacional a las 19 h
Galardonado con el Book Publishers Association y nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras en Francia, entre otros premios y distinciones; elogiado por autores de la talla de Salman Rushdie y Amos Oz, Etgar Keret es uno de los escritores israelíes más famosos y reconocidos a nivel internacional.
Tuberías se publicó por primera vez hace 25 años, ¿me hablarías un poco sobre cómo ha cambiado tu escritura desde esa época hasta la fecha?
En aquel entonces, mi relación con la escritura era mucho más personal. Yo no pensaba que esos cuentos pudieran ser enviados a una editorial o que alguien, más allá de mi círculo íntimo de amigos, pudiera tener interés en ellos. Son historias que escribí para mí, como un método de autoconocimiento, lo cual —sin duda— ha cambiado conforme me he convertido en un escritor más consolidado. Ahora, tengo más claridad sobre la acústica generada por mi trabajo: sé que al escribir algo, causaré un efecto en las personas. En cierta forma, esto me ha obligado a ser más articulado y cauteloso. Cuando Tuberías fue publicado en Israel, la recepción crítica fue muy buena, aunque poca gente lo leyó. No obstante, el tiempo lo ha convertido en un libro con un círculo el de seguidores al que si le preguntas cuál de los libros que he publicado es su favorito, seguramente éste será el señalado. Tal vez se debe a que exhibe, de cierta forma, la lógica interior de mis procesos creativos.
Para decirlo de otra forma: si te gustan los cómics de superhéroes, Tuberías es una precuela, el libro que cuenta el momento en que la araña radioactiva muerde a Peter Parker. Además, como empecé a escribir cuando estaba haciendo el servicio militar, esta analogía de la araña que te muerde y te transforma en alguien más es bastante precisa.
¿Cómo escribes tus cuentos?
Por lo común, se trata de una emoción o una frase que te obsesiona: se graba adentro, dando vueltas, y te hace entender que no es posible transmitirla a otra persona. Un sentimiento, abstracto e inarticulado, que encuentra como único cauce posible de comunicación, o de salida, la escritura de una trama. Lo primero que hago es escribir muchas historias. Después, concibo una especie de narrativa similar a la de las cartas para solicitar el rescate de un secuestro. Esas cartas se hacen a la manera del collage y cada una de sus letras ha sido tomada de un sitio distinto. El siguiente paso es releer lo escrito y meditar si las historias han sido bien hiladas, están bien conectadas o hay algún espacio por rellenar entre ellas. También es importante reconocer si la trama ya alcanzó un nivel de articulación en el que la lectura pueda fluir.
¿Me hablarías un poco sobre las influencias poco percibidas en tu obra?
De Gógol tomé la licencia de la fantasía, particularmente en el cuento “La nariz”. Caballería roja, de Isaak Bábel, me marcó por su capacidad de síntesis y construcción de pequeñas ficciones, donde se contiene un universo muy rico. La espuma de los días, de Boris Vian, me gusta mucho por su forma desparpajada de usar la fantasía, como si se tratara de una contraposición bizarra a los cuentos de hadas más tradicionales.
Has declarado que tus padres eran excelentes contadores de historias, ¿hay alguna que recuerdes en particular?
Los relatos que me contaba mi padre no provenían de la ficción, sino de la vida real. Cuando él era joven y vivía en Tel Aviv, vio cómo uno de los hombres más rudos de la zona se encontró con dos hermanos polacos en un bar. Tenían tanta energía y fuerza física que empezaron a pelearse. Al principio, todas las personas estaban muy atentas, pero, conforme pasó el tiempo, se empezaron a aburrir. El bar se vació, solo quedaban ellos, el chico que tocaba el piano y mi padre, y no dejaban de golpearse. Entonces, uno de los hermanos dijo: “Tenemos que cambiar la estrategia o esto nunca va a terminar”; después le pidió al pianista que se retirara y luego le ordenó a cada uno que tomara una pata del piano y la arrancara para golpearse más fuerte. Así, hasta que uno colapsó.
Si tuvieras que definir un tema paradigmático en tu obra, ¿cuál dirías que es?
Hay varios, pero las relaciones entre padre e hijo han tenido un peso muy importante desde que empecé a escribir. Durante muchos años abordé el tema desde la perspectiva del hijo. Cuando me convertí en padre lo seguí haciendo, pero desde un proceso inconsciente en el que se reflejaba esta nueva perspectiva.
¿Por qué tú, que has viajado por todo el mundo, consideras a la Ciudad de México como un territorio surrealista?
Por una parte, es una ciudad que se presenta de una forma muy abierta, moderna y cosmopolita. Sin embargo, en cualquier momento, al dar la vuelta por cualquier calle, puedes encontrar un mundo absolutamente distinto. Tengo la impresión de que aquí entras a un mercado y puedes ver una escena que se quedó paralizada en el tiempo, congelada desde hace un siglo.
Keret recomienda diez libros:
Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain
Matadero cinco, de Kurt Vonnegut
La espuma de los días, de Boris Vian
Dolly City, de Orly Castel-Bloom
¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, de Raymond Carver
La metamorfosis, de Franz Kafka
Todo está iluminado, de Jonathan Safran Foer
Paradoja perdida, de Fredric Brown
Maus, de Art Spiegelman
La Biblia
Fotos: Lulú Urdapilleta/ Especiales