El cerebro empieza a hormiguear nomás de imaginar la ingesta de semejante cantidad de azúcar. Un pastel tras otro. Cada uno con más pisos que al anterior. Con más betún. Con más colores. Con más chispitas. Los ojos se te empalagan. ¡Qué viaje de glúcidos!
La galería de pasteles que está dentro de la Pastelería Ideal, una de las más antiguas y legendarias de la Ciudad de México —fue fundada en 1927—, es un área alejada del bullicio de la tienda “normal”, donde la mercancía horneada se vende y se renueva en un imparable frenesí. En cambio, en el azucarado showroom del primer piso, vienen los clientes que andan planeando un gran evento y quieren, con calmita, elegir el pastel que le darán a sus invitados.
Hay pasteles de más de cien kilos, como para boda de político o de glotón o de político glotón. Hay pasteles con dibujitos maravillosamente chuecos, hechos a mano, con interpretaciones libres de personajes como las hermanas de Frozen, Chewbacca y Han Solo de Star Wars, unos Angry Birds que aquí lucen más bien preocupados. Una línea de pasteles especialmente extravagante es la de fiesta infantil “clásica”, que en lugar de personajes pop están decorados con payasitos de cuerpo de betún y mirada perdida (algunos, tal cual, tienen unos taches en los ojos… ¡¿payasos muertos?!). Hay pasteles de tablero de ajedrez. De partido de futbol. De bebés. De animalitos. De todo, menos pasteles minimalistas, ¡eso sí que no!
Si filmaran un musical chilango tipo La La Land, tendría que haber una escena acá. Si hicieran una película de humor bobo y literalmente pastelazos, por favor, no busquen más, aquí es. Es inevitable salir de este lugar sin ganas de casarse, cumplir XV años eternamente, volver a bautizarse, titularse o encontrar cualquier pretexto para hacer un pachangón y servir un pastel loquísimo, de varios pisos, instagrameable. ¡Y con el lujoso relleno de fruta y nuez, por favor!
La galería de Pastelería Ideal está en la planta alta de su casa matriz, en 16 de Septiembre número 18, en el mero Centro Histórico.