En 2001 tenía poco tiempo de haber llegado de México a Estados Unidos, específicamente en el área de Washington D. C., con la ilusión de poder vivir de la música. Mi último trabajo en la CDMX fue como bajista de la legendaria agrupación de rock, los Dug Dug’s.
En cuanto pude compré varios periódicos locales para buscar ofertas entre los anuncios clasificados que solicitan músicos. Como antes había vivido en Inglaterra, el idioma no era una problema para mí. También puse anuncios en las tiendas de música para ofrecer mis servicios como bajista o profesor de bajo eléctrico. Pensé que con mi amplia experiencia no iba a tener problema en encontrar trabajo, pero no fue así.
Los primeros meses fueron complicados, sólo algunos latinos me pidieron ayuda para grabar sus discos y ofrecían algunas presentaciones mal pagadas con grupos que hacían covers. Luego conocí a un pianista que me ofreció algunos trabajos como suplente de su bajista, quien había sido operado, su nombre es Daryl Davis. Toque con él como diez veces y luego lo dejé de ver cuando su bajista de planta se recuperó de la cirugía.
Después de muchos meses, el 10 de septiembre, Daryl me llamó para pedirme que tocara con él. El show iba a ser el 11 de septiembre de 2001 pero se suspendió, evidentemente, por los ataques terroristas en New York y Washington D. C. Mi padre, quien todavía vivía en la Ciudad de México, hizo todo lo posible para intentar convencerme de regresar a México cuanto antes. Su temor era justificado, pero la inseguridad en nuestro país tampoco era la mejor, por lo tanto decidí quedarme a vivir en Estados Unidos. Tres semanas después, Daryl Davis me ofreció trabajo como bajista de planta en su grupo. Acepté de inmediato, ya que él es uno de los músicos que más trabaja en Washington D. C.
El 1 de julio de 2002, Daryl Davis me dijo que, como parte de las celebraciones por la Independencia de Estados Unidos, Chuck Berry iba a tocar en el Capitolio, pero que su bajista había renunciado. Cada vez que Chuck Berry tocaba en la costa este Daryl era pianista, por lo tanto me preguntó si me interesaba tocar el 4 de julio junto a Chuck Berry. Me dio una lista con ocho canciones y me preguntó si me las sabia. Le mentí, pues le dije que sí, la verdad es que sólo conocía tres de ellas.
Esa misma tarde fui a comprar un casete de Chuck Berry para poder aprender las canciones que no conocía. Eran sencillas y eso me ayudó a memorizarlas. No había tiempo para ensayos, sentí algo de adrenalina, pero en México ya había tocado en estadios y en varios foros grandes, además de grabaciones y participaciones en programas de televisión en vivo. Tenía experiencia en eventos importantes y sabía cómo lidiar con la presión.
El día del concierto me citaron en un hotel ubicado a dos kilómetros del Capitolio. Debía portar una identificación y, además, vestir un smoking negro. Mi saco era un poco grande, pero el pantalón me quedaba enorme, así que opté por usar el saco con unos jeans negros. El calor y la humedad en Washington D. C. era insoportable. Ese día estábamos a 37 grados centígrados a la sombra, no precisamente el mejor clima para tocar en un concierto al aire libre y vestido de smoking.
Mientras esperaba en el lobby vi salir del elevador a Daryl Davis junto con un hombre de color, bastante alto y vestido con una gorra blanca de marinero y una camisa roja brillante. Daryl cargaba la guitarra de ese hombre en su mano derecha y un maletín en la otra. Daryl me indica con la mirada que los siga. El primero en entrar a la limusina fue Chuck Berry, seguido por el baterista Adolph Wright y me cedieron el tercer turno para abordarla. Dentro del lujoso automóvil, Daryl me presenta al señor de la camisa roja: “Eduardo te presento a Chuck”, yo le extiendo la mano y me responde: “Un placer hijo mío”, mientras que con sus manos envuelve mi mano derecha esbozando una muy leve sonrisa. Yo no dije ni una palabra durante todo el trayecto. Yo era el más joven de los cuatro, el único mitad blanco, mitad hispano en el grupo y también el único en debutar como músico de Chuck Berry ese día.
La limusina nos dejó a diez metros del escenario. Otros artistas, incluyendo a Aretha Franklin, iban a tocar ese día en el mismo evento. Chuck es el primero en descender y cuando se alejó Daryl me confiesa que Chuck cobraría 35 mil dólares por el show y que sólo va a tocar cuatro canciones y no seis. También me sugiere que no le pregunte nada personal. Claramente me dice, “¡No le vayas a preguntar si era amigo de Elvis o los Beatles porque te juro que te corre y toca sin bajista!”. Buen consejo pero yo no tenía en mente abrir la boca de cualquier manera.
Chuck se abrazaba a unos metros del escenario con una atractiva rubia alta bastante más joven que él. Hacía mucho calor y no me podía quitar el saco porque revelaría mis jeans negros. De pronto veo una hielera del otro lado del escenario, camine hacia ella y al abrirla vi como 30 botellas de agua bien fría. Saqué tres botellas y caminé al otro lado del escenario donde Chuck todavía se abrazaba con la rubia. Les entregué dos botellas y Berry me sonrió y agradeció el gesto.
Después de media hora nos indicaron que éramos los siguientes. La primera canción se llamaba “Living in the USA”, el gobierno lo contrató para tocarla al abrir el show. Después del ataque terrorista se buscaba revivir el patriotismo en la población norteamericana y esa canción, escrita por Chuck Berry, que habla del orgullo que es vivir en los Estados Unidos, era la mejor opción. Como en muchas otras de sus canciones, la guitarra es la que abre. Yo simplemente toqué un rock and roll típico en el bajo, lo que es relativamente sencillo. Después tocamos “Sweet Little 16”, y justo después de tocarla yo ya estaba muy prendido y enganchado. Poco a poco y sin contratiempo pasaron las cuatro rolas. Al bajar del escenario me despedí de los tres músicos y de la rubia.
Unos cuantos días después, Daryl me volvió a llamar para decirme que Chuck estaba contento con mi forma de tocar, mi comportamiento y gentileza. Volví a tocar con Chuck Berry muchas veces, desde 2002 y hasta 2013. Nunca socialicé mucho con él, pero sé que definitivamente me aceptó como músico y como persona porque siempre solicitaba que yo participara en sus shows.
En los últimos dos conciertos que toqué con él, en 2013, ya era evidente que sus facultades mentales y musicales no eran las mismas, se confundía con las letras y los acordes, no hay que olvidar que su edad ya pasaba de los 85 y aún así seguía tocando y disfrutando como un chiquillo en el escenario.
Haber sido parte de su banda me abrió las puertas para muchos otros trabajos musicales en Estados Unidos. Poner que trabajaste con alguien de su talla en tu CV hace que, por lo menos, te pongan atención. También hice anuncios en revistas de bajistas y recibí artículos musicales gratis o a un gran descuento, todo por haber sido su músico durante una década. Chuck Berry fue un innovador, tal vez el más importante músico pionero del rock and roll. Su música vivirá por siempre. Sus bailes y estilo como guitarrista nunca serán olvidados. Si bien es cierto que su carácter era un poco seco, nunca fue grosero conmigo y siempre vio en este orgulloso mexicano a un colaborador de comportamiento profesional y amable. Tocar con él cambió mi vida para siempre.
¡Descanse en paz el gran Chuck Berry! Siempre le estaré agradecido por la oportunidad. Lo extrañaré.